Autor: Rómulo Betancourt
Título: Importamos demasiados automóviles
Fecha de publicación: 11-01-1938
Publicación: Diario Ahora


En Estados Unidos acaban de darse a la publicidad las cifras de venta de la industria automovilística norteamericana durante el año de 1937. Tomando en cuenta las probables compras que se harán en 1938, los expertos anuncian que el volumen de negocios de las empresas productoras yanquis se incrementará en un 45 % en el año de 1938 que recién se inicia.
Las cifras publicadas ponen de manifiesto que el total de las exportaciones norteamericanas de automóviles fue de 91.650 carros en el año de 1937, contra 62.80 en el año de 1936.
Entre los países que ocupan, en América Latina, los primeros puestos como adquirientes de vehículos de transporte a motor, está Venezuela.
En las estadísticas que venimos comentando, aparece comprando para 1937, la cantidad de 6.500 automóviles, mientras Cuba compró 5.840, Colombia 3.800 y Chile 2.511.
Ya una vez tuvimos ocasión de comentar y de criticar esta excesiva importación de automóviles. Entonces dijimos, y lo repetimos hoy, que uno de los contrasentidos de nuestra vida económica es el de que la adquisición de automóviles y de repuestos constituyan canales entre los más importantes por donde se va al exterior aparte de la reducida cantidad de oro que producimos.
Entonces dijimos que no queríamos ignorar un hecho: el de que Venezuela, a diferencia de los otros países de América Latina, no utiliza prácticamente, otra vía de comunicación que la carretera. El venezolano casi no se desplaza por ferrocarril. Aún tomando este factor en cuenta, es indudable que resulta exagerada esa cifra de automóviles que anualmente pasan por nuestras aduanas, adquiridos en las fábricas norteamericanas y europeas.
Colombia, según el censo de 1928, tiene una población de 7.857.000 habitantes, que duplica con largueza a la nuestra. Sin embargo, su importación de automóviles es menor en un 50% que la de Venezuela. Aún tomando en cuenta que Colombia dispone de 3.187 kilómetros de vía férrea, y que también utiliza el río Magdalena como vía para desplazar cosas y hombres, salta a la vista que nada justifica que dupliquemos la importación de automóviles con respecto a Colombia cuando esta nación tiene una población muy superior a la nuestra.
En su Plan Trienal habló el Presidente de la República de que uno de los puntos a atacar por su Administración sería el de una prudente intervención reguladora de las importaciones.
En nuestro concepto, es este renglón de los automóviles uno de aquellos que reclama, inmediatamente, la atención gubernamental. Debe ponerse dique a esa fuga anual de oro para pagar automóviles caros y sus repuestos.
Ya una vez sugeríamos los dos caminos a seguir: o prohibir pura y simplemente la importación de automóviles como acaba de hacerlo Bolivia por decreto ejecutivo de su Gobierno; o aforar a los automóviles de lujo en la clase más alta y con recargos adicionales, de modo tal que venga a ser prácticamente imposible su importación. Y se logrará con una medida similar a esta última que sugerimos uno de estos dos resultados: la no importación de los autos de modelos costosos, lo cual evitará la salida de dinero nacional para pagar un artículo suntuario; o el aumento de los ingresos aduaneros, si es que la casta de nuevos ricos criollos, posesos de la fiebre exhibicionista, prefieren pagar sumas crecidas con tal de continuar exhibiendo sus satisfechas humanidades en los cojines del Packard o del Lincoln.