Autor: Rómulo Betancourt
Título: Volviendo al tema de las importaciones
Fecha de publicación: 25-01-1938
Publicación: Diario Ahora


A raíz de un artículo de esta sección, en que se aboga por la regulación oficial del movimiento de importación, hemos leído un comentario en un diario local. Ese comentario es una respuesta indirecta, y no precisamente en un tono objetivo, a cuantos hemos abogado porque se importe menos.
Claro está que sabemos bien cómo siendo nuestro país de fisonomía agropecuaria está obligado a la importación de la manufactura extranjera. No es posible la renuncia a gozar de las ventajas de la civilización en nombre de la circunstancia fortuita de no producirse dentro de las fronteras nacionales todo aquello que ha contribuido a hacer la vida más fácil y más confortable. China misma hace rato que renunció a la xenófoba "muralla", que la aislaba -como en islote de atraso- de un mundo en permanente trance de evolución y cambio.
Pero reconocer esto, tan explícitamente como lo hacemos, no significa que se acepte como hecho inmodificable la situación de dependencia nuestra con respecto a la manufactura, y aun más, con respecto a las materias primas o productos extranjeros. Deber de los venezolanos es el de trabajar con ardor para ir librándonos paulatinamente de toda sujeción a intereses que no son coincidentes con los de la nacionalidad.
Ese criterio nuestro está tan generalizado que aun ha llegado a los medios gubernamentales. Así, por ejemplo, en los dos números ya publicados de la Revista de Fomento se ha venido abogando con tenacidad con respecto a las industrias y cultivos nuevos que pueden establecerse en el país. Pasando de la prédica nacionalista al hecho nacionalista, aun cuando todavía en muy tímida escala, el Ejecutivo decretó recientemente una erogación de siete millones de bolívares para préstamos a industrias nacionales en formación (pesquera, cemento, etc.) El establecimiento del Banco Industrial con un aporte del Estado de diez millol1es de bolívares, es otro signo de que ya se ha abierto camino en la conciencia nacional la idea de vitalizar una industria propia, autónoma, venezolana.
Si eso es así, ¿por qué se critica nuestra tesis, favorable a una regulación, por el Estado, de las importaciones extranjeras? Parte de un plan de conjunto para vigorizar la industria propia y para diversificar la producción agrícola debe ser el de regular, como sucesivamente lo han hecho Colombia y México, el comercio de importación.
Claro está que la regulación en referencia debe ir dirigida en primer término, como la flecha al blanco, contra las importaciones suntuarias. Los artículos de lujo no deben venderse en Venezuela sino a precios altísimos. (Y para lograr esa finalidad, más que por un aumento del tributo aduanero, nos pronunciamos por un impuesto sobre el consumo. Es una manera de evadir la intensificación del contrabando -tan difícil de combatir en un país de extensas costas y fronteras, y de tan viciada tradición de corruptelas fiscales- que sería la primera consecuencia de un aumento global de los impuestos aduaneros sobre determinadas mercancías.)
No queremos concluir este comentario sin fijar, una vez más, nuestra posición. No tenemos en esta casa -y la sección de Economía y Finanzas sigue fielmente esa línea- una actitud de suficiencia pedante. Abordamos los grandes problemas nacionales con el empeño de contribuir a su solución, y después haberlos estudiado. Nuestra opinión bien puede ser errada, pero nunca es producto de esa irresponsable actitud de sentarse ante una maquinilla a llenar cuartillas con palabras, y sólo con palabras, que da un tono muy generalizado a la labor de prensa venezolana.