Autor: Rómulo Betancourt
Título: El porvenir de la sarrapia
Fecha de publicación: 31-01-1938
Publicación: Diario Ahora


En días pasados se discutió vivamente en la prensa la cuestión de la sarrapia. El debate tuvo contornos de una polémica, más de carácter administrativo que económico. Se debatía si la administración de los sarrapiales de Guayana debía estar en las manos del Banco Agrícola, del Ministerio de Agricultura o del Gobierno del estado Bolívar. Llegó hasta a esbozarse la posibilidad, de todo punto insostenible, de que fuera el Ministerio de Obras Públicas el organismo encargado de administrar esa riqueza nacional.Escapó a ese debate algo que en él hubiera sido esencial: nos referimos a las perspectivas de esa riqueza venezolana.
Esas perspectivas son realmente alarmantes. Si medidas eficaces no se adoptan, nos sucederá con ese renglón de exportación lo que ya nos pasó con la quina y el caucho: que desaparecerá como fuente de riqueza para Venezuela.
En varias publicaciones del exterior veníamos enterándonos de los esfuerzos que se hacen en Brasil, Colombia, etc., para aclimatar el cultivo nacional de la sarrapia. Ahora, en el más reciente número de El Agricultor Venezolano (Nº 20, correspondiente a Diciembre de 1937), hemos encontrado un concreto informe sobre el problema de la sarrapia, desde un ángulo económico. Lo suscribe el señor Pinto Salvatierra, agrónomo al servicio del Ministerio de Agricultura.
La sarrapia fue un monopolio natural de Venezuela. La preciosa almendra se daba silvestre en las intrincadas selvas guayanesas, sobre las márgenes del Orinoco y de sus grandes afluentes. Fortunas inmensas se hicieron en Bolívar gracias a la venta, a precios siempre altos, de las cosechas sarrapieras. Aún hoy el montante en bolívares de esas exportaciones pesa en la balanza de pagos del país. El año 1936, por ejemplo, acusa una exportación de 377.124 kilogramos, con un valor aproximado de Bs. 1.855.509,70.
Pero contra este monopolio natural de Venezuela sobre la producción y exportación de la sarrapia, ha comenzado a conspirar la técnica agrícola de otros pueblos. Hasta la vecina antilla inglesa de Trinidad fueron exportadas semillas de esa planta, y en la actualidad hay más de 100.000 árboles de sarrapia sembrados en esa isla. Colombia y Brasil también ensayan aclimatar en sus respectivos territorios ese cultivo.
De la competencia que estos aportes de sarrapia harán a la venezolana en los mercados consumidores -de los cuales es Francia el mejor- resultará una baja en las cotizaciones. Venderá más el país que produzca más barato. El que esté más posibilitado para abaratar la almendra, sin que por eso le acarree pérdida su cultivo. Y en este sentido, Venezuela está actualmente en posición desfavorable. No hay medio fácil y barato de comunicación entre la lejana Guayana y los puertos de embarque. La mano de obra es cara para los trabajos de recolección de la almendra, en las remotidades de las selvas ribereñas del Orinoco.
La voz de alerta está duda. Si nos descuidamos, un buen día la sarrapia venezolana será desplazada de los mercados del exterior. Nuestra escasa exportación venezolana se verá mermada en un millón de bolívares, aproximadamente, por año. La despoblación de Guayana se agudizará y la miseria más impresionante se hará sitio en millares de hogares venezolanos.
El problema amerita examen y soluciones. Lo inmediato por hacer –como apunta Pinto Salvatierra- es inventariar nuestra riqueza forestal sarrapiera.
Saber a ciencia cierta cuántos árboles > y cuántos sometidos a explotación racional existen en el país. Sembrar sarrapia en Carabobo, en Miranda, en estados cercanos al mar, alzando plantaciones vecinas del ferrocarril o de la carretera.
La imprevisión puede sernos funesta. Vivimos una época de áspera competencia, de lucha por los mercados. Y perecerá ineludiblemente en esa lucha el pueblo que no sepa anticiparse a las situaciones calamitosas.
Prever y auxiliarse de la técnica para que la previsión sea eficaz, es un lema universal de defensa en el plano de lo económico. En Venezuela, ese lema tiene también que convertirse en impulso dinámico y orientador.