Autor: Rómulo Betancourt
Título: Riqueza aurífera nacional
Fecha de publicación: 17-02-1938
Publicación: Diario Ahora


En su más reciente entrega, el Boletín de la Cámara de Comercio de Caracas inserta una información de gran interés. Nos referimos a la que trae su nota editorial, relacionada con las magníficas perspectivas de Guayana en cuanto a sus reservas de oro.
El Boletín transcribe informes obtenidos de una institución bancaria norteamericana, la cual se documentó, a su vez, en testimonios de geólogos y expertos de las compañías petroleras operantes en el país.
En boca de los dirigentes del innominado Banco de Nueva York, pone el Boletín las siguientes, expresivas palabras: >.
No se compaginan esas optimistas afirmaciones con el volumen de oro que actualmente se extrae de la rica región. Los datos más inmediatos que tenemos corresponden al primer semestre del año de 1937, De acuerdo con esas cifras, publicadas en su primer número por la Revista del Ministerio de Fomento, la producción en el semestre en cuestión fue de 1.711.796,88 gramos de los cuales fueron extraídos por concesionarios la cantidad de 1.565.373,37 gramos; y por el sistema de "libre aprovechamiento", la cantidad de 140.423,51 gramos.
En realidad, esta baja producción obedece no sólo a las dificultades de transporte, de la zona productora a los puertos de embarque; y a las condiciones de insalubridad de la porción de territorio nacional –Guayana- donde están ubicadas nuestras mayores reservas auríferas.
Otro factor concurre al bajo rendimiento de nuestra industria aurífera. Y a él aludía, en su informe anual de 1936 al Ministerio de Fomento, el Inspector de la zona minera del estado Bolívar. Nos referimos a la táctica de algunos criollos y extranjeros de acaparar concesiones con fines de especulación; no explotándolas, no poniéndolas en pie de rendimiento. Esperan, pacientemente, la oportunidad de negociar al sindicato minero venido de ultramar el derecho obtenido del Estado, las más de las veces mediante turbias vinculaciones con mandones de turno, a explotar, para beneficio propio, las ricas vetas auríferas.
Claro está que la falta de comunicación barata y eficiente entre Guayana y el resto del país, dificulta el establecimiento de una industria aurífera, en grande, en aquella región. Claro es también que las condiciones climatéricas y sanitarias de Guayana conspiran contra la formación de conglomerados humanos estables en los alrededores de las minas. Y, que en consecuencia, se requiere la apertura de vías eficientes de comunicación entre Guayana y el centro del país; y una enérgica acción sanitaria en la vasta e insalubre región, para echar las 'bases de una industria aurífera en el estado Bolívar. Mas estas medidas deben completarse con otra. Nos referimos a la prudente; al par que enérgica, acción estatal para obligar a quienes poseen concesiones con exclusivos fines de especulación a trabajarlas; o, en su defecto, a reintegrarlas al patrimonio nacional. No es posible que el Estado se cruce de brazos ante la actitud de quienes, por cálculo mezquino, impiden el aprovechamiento de una riqueza capaz de inyectarle vida, si se actualiza y explota, a la anémica economía venezolana.
Recordamos que el año pasado, en una exposición sobre el impresionante estado de crisis económica confrontado por Guayana, aludió el diputado Brito al problema de la industria aurífera. Este problema no fue abordado por el Congreso del 37; y las palabras del citado representante quedaron flotando en el ambiente, sin que ni él mismo intentara hacerlas cristalizar en un proyecto legislativo. Creemos que se presenta ahora, con la próxima reunión de las Cámaras, una ocasión oportuna para dotar a Venezuela de un estatuto legal -modernizado y flexible; previsto y científico- que regule la industria aurífera; y, en general la producción minera nacional. Esa legislación debe tender hacia la nacionalización de la industria aurífera. En el Perú y en otros países, esa industria pertenece a la Nación. No hay razón para que Venezuela, después de la lección del petróleo, continúe permitiendo que las riquezas de su subsuelo emigren, por canales misteriosos, hacia las cajas de caudales de los accionistas de Londres y de Nueva York. Si como lo confiesan los propios geólogos norteamericanos, es Guayana una formidable reserva de oro, resultaría torpe y suicida no tomar medidas enérgicas, inteligentes, previsoras, para que esa riqueza sea explotada por venezolanos y en beneficio de Venezuela.
Nos proponemos, cuando estén reunidas las Cámaras a partir del próximo 19 de Abril, incitar públicamente a los congresantes a que elaboren y presenten un proyecto de Ley de Minas, inspirado en estos sanos principios de defensa nacionalista preconizados por nosotros con terca insistencia.