Autor: Rómulo Betancourt
Título: Una nueva ofensiva contra la valorización del bolívar
Fecha de publicación: 07-04-1938
Publicación: Diario Ahora


Con un sincronismo que cuesta trabajo atribuir al azar, ha comenzado en algunos órganos de la prensa local una nueva ofensiva contra el bolívar alto, una encendida cruzada por la desvalorización de nuestro símbolo monetario.
Se ha aportado, como "convincente" elemento de prueba de que el bolívar alto perjudica a la economía nacional, una exposición anónima, que por su texto puede atribuirse al gerente de alguna de las compañías mineras operantes en Guayana. Se trata de una carta dirigida a un personaje del viejo régimen, cuya conciencia no debe estar muy tranquila cuando vela su nombre, discretamente, detrás del seudónimo de "X".
Documentos de esa índole pueden aportarse muchos en favor de la tesis desvaloracionista. Todos los gerentes de compañías inversionistas extranjeras -y al frente de ellos, como los más acuciosos e interesados, los de las empresas aceiteras- estarían dispuestos a suscribir extensos alegatos, en contra del bolívar alto. También están todos prestos a identificar sus propios intereses y los de las empresas de que son factores importantes con la economía nacional.
Y es que, en realidad, es a las empresas inversionistas extranjeras a las que más directamente afecta un bolívar valorizado, fuerte. Eso los obliga a traer al país una mayor cantidad anual de dólares, para transformarlos en la suma de bolívares requerida normalmente para sus gastos de administración, satisfacción de impuestos y pago de mano de obra nacional.
El exportador no tiene un interés directo en que se desvalorice la moneda, porque el sistema de primas sobre los productos agrícola-pecuarios ha operado en forma tal que lo compensa de cualquier disminución de sus ingresos en bolívares por el menor precio a que se cotizan las divisas extranjeras en el mercado local.
El comerciante no está interesado en la desvalorización: sino que, por lo contrario, se beneficia con un dólar "barato".
El industrial, estando valorizada la moneda nacional, adquiere a más bajo precio las diversas materias primas extranjeras, principales o auxiliares, que utiliza la industria criolla.
El consumidor, en un país sin manufacturas propias y que es tributario de la industria extranjera se beneficia con un bolívar alto. Tal vez no en la medida de lo justo y sobre este aspecto del problema insistiremos en próxima oportunidad. Empero, es innegable que las mercancías importadas tienen que venderse más baratas cuando el dólar se cotiza a Bs. 3,20 que cuando se cotiza a Bs. 3,93.
Y, por último, el Gobierno Nacional. Se argumenta que está obligado a invertir 20 millones anuales de bolívares, para resarcir a la agricultura y a la cría, mediante el sistema de primas, de los perjuicios que a ambas ramas de nuestra actividad económica le infiere la valorización del bolívar. Ahora bien, lo importante es hacer ver que con los puntos que se reserva el Gobierno, al actuar de intermediario para la distribución de la moneda extranjera en el mercado venezolano, recobra esa suma que se invierte en pago de primas de exportación. No se ve entonces, por ninguna parte, el perjuicio del Estado.
De este análisis -sencillo, diáfano, sin cifras ni tecnicismos- se evidencia que ni los exportadores, ni los comerciantes, ni los consumidores, ni el Gobierno Nacional, se perjudican con el bolívar valorizado.
En cambio, la desvalorización del bolívar significará un impuesto indirecto, camuflado pero no por eso menos real, establecido sobre las masas consumidoras del país. Y para beneficio del único sector directamente interesado en que nuestra moneda carezca de estabilidad y de firmeza: el constituido por las compañías inversionistas extranjeras. Cuando el misterioso colaborador de un diario local, introducido a las páginas de este diario por el no menos misterioso señor >, se pronuncia por la disminución del contenido áureo del bolívar, sostiene algo más que una tesis personal. Sostiene la tesis de los explotadores del petróleo, del oro, de los diamantes de la electricidad.
Y si alguna vez estamos a cubierto de la sospecha de hacer demagogia, es en esta oportunidad. No hemos defendido ardientemente la tesis valoracionista porque a ello nos impulse simplemente una sectaria actitud de defensa al capital colonizador. En esta oportunidad, como en ninguna otra, no ha sido el sentimiento el resorte de nuestra posición, sino el análisis objetivo y frío de la realidad económica venezolana.
No puede analizarse honestamente esa realidad económica sin que se posesione de nosotros la firme idea de que desvalorizar el bolívar es sacrificar a la nación para que las compañías petroleras puedan ahorrarse 9 millones de dólares anuales.
Y son tan fáciles de trajinar las rutas que conducen a ese convencimiento, que la inmensa mayoría de la gente interesada en Venezuela por los problemas colectivos hace rato tomó posición en la trinchera antidevaluacionista. Ha contribuido, en mucho, para fijar esa actitud, el ver cómo personas de actividades, y hasta de mentalidades, muy disímiles coinciden en considerar suicida una desvalorización del bolívar. El profesor Vandellós ha publicado una serie de contundentes artículos, enfocando los problemas económicos de Venezuela desde sus ángulos más salientes y concluyendo por defender la tesis del bolívar alto. El doctor Vicente Lecuna, Gerente del Banco de Venezuela; el señor Pérez Dupuy, Gerente del Banco Venezolano de Crédito; el señor Tello, Director de Economía en el Ministerio de Hacienda, coinciden con el acucioso investigador español en defender la tesis valoracionista. De las personas que en Venezuela son entendidas en materias económico-fiscales, no hemos visto que ninguna se haya pronunciado por la tesis de la devaluación de nuestro signo monetario.
El bolívar debe ser llevado al límite de su paridad con el dólar-Rooselvet. Eso es lo verdaderamente conveniente para la economía venezolana.