Autor: Rómulo Betancourt
Título: Población y democracia
Fecha de publicación: 03-05-1938
Publicación: Diario Ahora


El Universal comentó ayer, editorialmente, un cable de Bogotá. Trasmite una de las agencias noticiosas el informe de que la población colombiana, según los datos arrojados por el último censo nacional, ha aumentado en Tres Millones de personas en los últimos 10 años. El diario de las Gradillas compara ese ritmo intensivo con que aumenta la población de nuestra vecina de Occidente con esta desesperante lentitud con que crece el volumen de los habitantes de Venezuela. Y lógicamente, hace pesimistas comentarios con respecto al porvenir de una nacionalidad como la nuestra, que no cuenta a esta fecha sino con 3.451.677 habitantes. (Y consto que incluyendo a los extranjeros, a los indígenas no incorporados a la vida civilizada y a los venezolanos radicados en el exterior.)
El diario cuyo editorial comentamos destaca un hecho importante. Es el de que Colombia no ha recibido inmigraciones masivas, como Brasil, Chile y Argentina. El aumento de su población obedece a crecimiento vegetativo. En otras palabras: la población colombiana crece, con ritmo acelerado, porque la -gente nativa se reproduce activamente.
Claro está que esto no obedece a cualidades fisiológicas específicas del colombiano. No son más fecundas las mujeres del país vecino que la mujer venezolana. El fenómeno se enraíza profundamente en condiciones económico-sociales diferentes entre aquel país y el nuestro.
Esta reflexión nos hace caer, fatalmente, en un paralelo entre la organización política, económica y social de Colombia y la nuestra.
Colombia no es un país idílico. La distribución de la riqueza no se ajusta a lo que reclama un sentido de justicia elemental. El feudalismo está vivo y actuante en varias regiones campesinas del país. Las empresas extranjeras han venido gozando de privilegios que sólo ahora son limitados valerosamente por el Gobierno de Alfonso López. Empero, contra todas esas condiciones adversas que han venido definiendo la estructura social de Colombia, ha existido siempre, abierta, la posibilidad de superarlas. Colombia ha vivido bajo regímenes políticos de libre discusión. La democracia -con todas sus imperfecciones- ha regido en la Nación, aun bajo los gobiernos conservadores. Exceptuando algunos períodos transitorios de Gobiernos de fuerza, la generalidad de lo que ha tenido ese país han sido gobiernos respetuosos de las libertades públicas. Esta circunstancia ha hecho posible la organización de las fuerzas populares para luchar por mejores condiciones de vida; y la denuncia constante por la prensa independiente de los males de la Nación. Los gobernantes no han podido entregarse al letargo, a la inactividad, al dejar pasar. Como tábano incómodo, han sentido sobre las espaldas el foetazo sistemático de la prensa de oposición, el reclamo sin paréntesis de los sectores populares organizados. Dentro de este régimen de libre desarrollo de las actividades públicas, hasta las ideologías políticas más radicales han tenido beligerancia. No ha habido miedo a las ideas. Abiertamente se han debatido en la tribuna y la prensa. Y al amparo de este ambiente caldeado por la libre discusión -fecundo ambiente democrático- es que ha podido progresar, crecer, renovarse y vivir del pueblo colombiano.
En cambio, en Venezuela hemos padecido lo que un colega local; con ánimo panegirista, ha calificado como >. Reinados del sable, la arbitrariedad y la censura policial para las ideas. Opulencia del Estado y de los paniaguados de los Gobiemos; y pauperismo de la Nación. Trabas para los más tímidos esfuerzos organizativos de las masas productoras y > a los usufructuarios del esfuerzo ajeno. Negación de toda beligerancia alas ideas progresistas y acuñación oficial, con el rango de verdad que no se discute, de los más burdos prejuicios pasatistas. Y del > mecánico, impuesto por las bayonetas, sustentado ideológicamente por una > traidora a la cultura y a Venezuela, ha resultado lo que es hoy la nacionalidad. Nación despoblada, donde la gente engendra para que los hijos no traspasen los linderos de la primera infancia. Pueblo en trance de recaer en la colonia, porque no hay brazos nativos para abordar, en grande, la vitalización de las industrias raizales del país -agricultura, cría- y, porque, beneficiándose de nuestro atraso, de nuestra débil estructura económica y de la miopía de los equipos gobernantes, un poder absorbente, venido de fuera, ejerce su influencia decisiva sobre la economía y la vida fiscal de Venezuela. ¿Cuál es la perspectiva final -sino el coloniazgo puro y simple- que espera a nuestra Nación, de no resolverse a enfrentarse, con resolución heroica, a sus grandes problemas?
El Universal apunta, muy justamente, que del Plan Trienal no quedará como balance sino una serie de edificios suntuarios y costosos, de excelentes construcciones en los muelles de los puertos de la República, etc. "Pero, agrega el cotidiano de las Gradillas -no se habrá tocado en lo más mínimo el problema fundamental de la República" si el Plan Trienal "no va a contener las líneas generales de una política inmigratoria".
Inmigración, Inmigración masiva, en grande, con audacia. Esa es una necesidad perentoria del país. Mas, no basta con inmigración para asegurar el crecimiento y estabilidad de la población. Es necesario, como lo fue en Colombia, darle contenido de realidad al régimen democrático de gobierno. Permitir la pública discusión de los problemas colectivos. No tener ese miedo lugareño a las grandes ideas que se debaten en el mundo. Darle beligerencia a la oposición. No condenar a priori cuanto salga de los rangos juveniles, como si estuviera signado desde su nacimiento de una vocación criminal. No entrabar, sino favorecer, el desarrollo de las actividades organizativas y de defensa de sus intereses de los sectores productores de la colectividad.
O dicho en otra forma: cerrarle el paso a esos "gobiernos genuinamente venezolanos" que han causado la desgracia y la ruina de Venezuela; y darle paso libre al sistema democrático de gobierno, universalmente reconocido como progresista y vivificador de pueblos.