Autor: Rómulo Betancourt
Título: El artículo 212 y el peligro de los empréstitos extranjeros
Fecha de publicación: 20-06-1938
Publicación: Diario Ahora


Al discutirse en la Cámara de Diputados el artículo 212 de la nueva Ley Orgánica de Hacienda, el representante Rojas Contreras señaló los graves peligros que comportaba su aprobación.
Este artículo autoriza al Ejecutivo para contratar obras públicas a largo plazo, con empresas nacionales o extranjeras. Autorización irrestricta, amplísima, que abre la posibilidad de que la Nación sea comprometida hasta el límite máximo de su crédito.
En realidad, ese artículo le da un salvoconducto legal al Poder Ejecutivo para que se lance -no abierta y desembozadamente, sino a través de peligroso atajo- por ese "resbaladero de los empréstitos extranjeros" señalado en reciente editorial de un diario caraqueño.
En efecto, ¿qué diferencia hay entre un empréstito contratado en dinero o un empréstito simulado, en que el Ejecutivo no recibe dólares ni libras esterlinas sino obras construidas por compañías extranjeras, y cuya ejecución comporta una deuda en dólares o en libras esterlinas para la Nación?
En uno y otro caso, la realidad última es que Venezuc1a contrae una deuda -que puede ser ilimitada, al tenor de lo dispuesto en el artículo 212 de la Ley Orgánica de Hacienda- con intereses extranjeros agresivos, colonizadores, respaldados por formidables aparatos bélicos. El aforismo de los mercantilistas -la bandera cubre la mercancía- tiene, en la época del imperialismo capitalista, una inversión doblemente peligrosa: Los destroyers protegen la inversión.
Cuando el diputado Rojas Contreras hizo ver cómo se disimulaba, detrás del artículo 212 de la Ley Orgánica de Hacienda, la funesta fórmula emprestista, no se alzó en la Cámara ninguna voz para contradecirlo. Hubo un diputado -el señor Arreaza- que reconoció cómo ese artículo abría la puerta para los >. Otro diputado -el señor Chiossone- afirmó, por su parte, que se trataría de > Y lo que cabría preguntar es si el empréstito indirecto o el empréstito a largo plazo no son, en último análisis, Empréstitos; y si tales empréstitos no son tan onerosos para Venezuela y tan peligrosos para su maltratada soberanía como los empréstitos en que el Gobierno no recibe obras construidas, sino dinero para construirlas.
La discusión en Diputados sobre este artículo, cuya aplicación apresurada amenaza de graves peligros a la República, concluyó aceptándose una especie de fórmula conciliatoria. Quedó especificado que el Ejecutivo podrá contratar obras de >. Y como la Constitución pauta que cuando el > está implicado en una contratación requiérese de la aprobación del Congreso, éste tendrá una especie de control a posteriori sobre la forma cómo utilice el Ejecutivo la facultad puesta en sus manos.
En realidad, esa > deja en pie el peligro del empréstito. ¿Temerá mucho el Ejecutivo de esa crítica casi póstuma que pueda hacerle un congreso, donde el sector independiente es tan escaso en número y carece de toda fuerza cohesiva, a sus actividades como contratante de obras con el extranjero? Y aun cuando esa crítica fuera hecha con toda valentía, ¿no se tropezará ante el hecho cumplido, ante el compromiso contraído a nombre de la República por los personeros del Estado?
No enfocamos este problema con prevención. Sino con desvelada preocupación venezolana. Con alarma patriótica, ante la perspectiva -ya abierta- de que la actual administración le llegue a las futuras generaciones no sólo una nación controlada por los intereses petroleros, bancarios, auríferos, etc., sino también una nación endeudada a la finanza extranjera, con su crédito público estrangulado por el dogal de oro -que por ser de oro no será menos dogal- de una fuerte deuda externa.
Sobre este problema debe abrirse debate. La prensa debe opinar. El Gobierno debe exteriorizar sus puntos de vista. Todos los venezolanos de todas las ideologías deben definir sus posiciones frente a este grave problema planteado: el problema de que Venezuela: endeude también su crédito público -zona aún libre de la injerencia extranjera- a los capitalistas de Wall Street y de la City londinense.
Porque consideramos traición a Venezuela el esguince evasivo, la mediatinta acomodaticia y plegadiza, ante problema de tan seria trascendencia, vamos a fijar una vez más nuestro criterio categórico y explícito sobre esta cuestión.
1) El empréstito extranjero, en cualquiera de sus formas (mediante emisión de bonos del tesoro o mediante la contratación de obras con empresas de ultramar) es un recurso extraordinario, al cual no tiene por qué acudir el Gobierno de Venezuela. Dispone de un Presupuesto normal de ingresos dos veces superior al de Colombia nación cuya población triplica a la nuestra. En recursos ordinarios -si se aplicaran en su totalidad a obras reproductivas, y no en una gran proporción al sostenimiento de fuerzas represivas y de una voraz familia burocrática- bastaría para financiar una obra verdaderamente creadora en materia de vialidad, agricultura, minería, educación, repoblación y cría.
2) Sean o no suficientes los recursos actuales del Estado para la realización de sus planes administrativos durante el próximo Trienio, tiene un deber por cumplir el Estado venezolano: el de reformar y modernizar el sistema rentístico del país. De resolverse el Ejecutivo a imitar la política impositiva de Colombia, México, Chile y los demás países donde es realidad operante el impuesto sobre la renta -cobrado directamente a la riqueza, especialmente a la de extracción extranjera- podría nuestro fisco recaudar por lo menos cien millones anuales de bolívares por sobre sus ingresos actuales. Hemos señalado en más de una oportunidad la forma cómo operaría un régimen impositivo de esa índole. Solicitamos de cuantos estén en desacuerdo con esta tesis, la exposición de sus puntos de vista en contrario. Dispuestos estamos a demostrar: con cifras y hechos incontrastables, la justeza de nuestra tesis.
3) Contrae el Congreso actual de Venezuela una grave responsabilidad histórica si abre las compuertas a una política emprestista. En esta cuestión, no caben las actitudes a medias ni los rechazos por cuotas. El Congreso, si no quiere pasar a la historia de la República con un fardo muy pesado sobre sus espaldas, debe decir, categóricamente, que Venezuela no necesita empréstitos, ni francos ni >. En este sentido, la posición de la minoría independiente debe ser muy neta. Los ojos de toda Venezuela democrática, nacionalista, empeñada en que Venezuela sea de los venezolanos, están fijos, severos y expectantes, sobre la posición que adoptará la minoría independiente.