Autor: Rómulo Betancourt
Título: La inversión errada de los fondos públicos
Fecha de publicación: 02-04-1937
Publicación: Diario Ahora


Cuando el año pasado se aumentó el Situado a los Estados en virtud de una disposición constitucional, del 12 y medio por ciento de las entradas por rentas al 20 por ciento, el General Gabaldón, Presidente del Estado Lara para esa época, acordó distribuir la cantidad adicional que con este motivo ingresaba al Estado, entre los Distritos que a su vez habían de ceder parte correspondiente a los Municipios. Otros Presidentes locales obraron de la misma manera.
Existe en Lara un Municipio, cuya capital es Bobare, pequeño y simpático pueblecito ubicado en una planicie árida, poblada de cardones y de chivos. Produce Bobare un cocuy célebre ya en todo el país y buena cantidad de artículos manufacturados con fibra de cocuiza. Pero Bobare carece de agua no sólo para menesteres menos perentorios sino hasta para beber. Los habitantes del pueblo tienen que andar kilómetros para traer, en tinajas, agua de pozos superficiales donde se recoge la proveniente de las lluvias y que por lo general se secan cuando el verano es fuerte.
Los bobareños han usado los fondos que les cayeron del cielo con el aumento del Situado en construir aceras de cemento romano, con cemento importado de Alemania y que allá resulta costosísimo debido a lo mucho que han de pagar por el transporte. Embellecen las calles por donde nadie transita. Y, en cambio, carecen de lo más esencial para la vida: de agua. En lugar de reunir esos fondos y otros que seguramente hubieran conseguido, para realizar una obra de verdadera utilidad, se entregan a la improductiva labor de construir para preparar la mezcla de arena y cemento.
Este caso no es el único y se presta a reflexiones sobre la mala inversión que se da a los fondos públicos en todo el territorio de la República. Venezuela necesita antes que nada obras que contribuyan a fomentar la riqueza material del país: caminos, puertos, obras de riego; que sirvan para mejorar las condiciones de vida de los hombres y las mujeres que vegetan en su amplio territorio: acueductos, cloacas, etc. Las obras de embellecimiento vendrán más tarde, cuando el bienestar físico de los pobladores y el aumento de riqueza los excusen y hasta hagan necesarios.
Se nos ocurre que los Gobiernos de los Estados y el mismo Gobierno Nacional debieran ejercer cierta vigilancia sobre esas Entidades que mal usan sus fondos porque eso redundaría en sus propio beneficio y en el de todo el país. Esos mismos pueblos que gastan totalmente su dinero en ornamentar ocurren después al Gobierno Federal en demanda de lo que realmente necesitan: un acueducto, un hospital.
La atinada inversión de los fondos públicos es una responsabilidad grave que pesa sobre todos aquellos encargados de su manejo, desde las Juntas Comunales hasta el Presidente de la República.
En el Programa del Ministerio de Hacienda se habla de la creación de una Contraloría. Bueno fuera dar a este nuevo órgano administrativo atribuciones amplias que se extendiesen hasta los gobiernos locales.