Autor: Rómulo Betancourt
Título: Síntomas alarmantes de una depresión económica
Fecha de publicación: 28-07-1938
Publicación: Diario Ahora


Ayer prometimos comentar el capítulo del informe presentado por el señor Harold Butler, en la Conferencia Internacional del Trabajo de 1938, relativo a los recientes síntomas de una nueva crisis económica.
El señor Butler afirma que durante el último trimestre de 1937 y en los primeros meses de 1938 se ha apreciado, en los países de mayor desarrollo industrial, un brusco descenso en la curva de las actividades económicas. Las gráficas que acompañan su estudio, tomadas del Boletín de Estadística de la Sociedad de las Naciones, expresan reveladoramente esa situación.
Los síntomas más alarmantes de esa depresión, que parece estar en su etapa inicial, han sido los siguientes:
1) Baja brusca en las cotizaciones de valores en la Bolsa de varios países, especialmente Inglaterra y Estados Unidos, cuyas repercusiones en el mercado de valores de otros países resulta lógico esperar.
2) Paralelamente, los precios al por mayor de las mercancías elaboradas y semielaboradas sufrieron un alza violenta. Observa Butler que esa alza era de esperarse, como consecuencia de la reanimación económica a que ya hemos aludido. Pero no con el ritmo y la intensidad con que se manifestó ese fenómeno, repercutiendo desfavorablemente sobre la producción.
3) El precio de las materias primas sufrió una caída vertical. Este cambio fue experimentado especialmente en el precio de los metales, excluido el hierro. Y con la circunstancia de que no sólo sufrió la baja brusca a que nos referimos, el precio de las materias primas que habían sido objeto de especulación por parte de los grandes consorcios monopolistas, sino también aquellos en cuya valorización habían influido poco las maniobras de los acaparadores.
Como este movimiento de descenso en la curva de la actividad económica se inició en Estados Unidos, el señor Butler analiza las causas a las que más generalmente se atribuye la responsabilidad de esa situación.
En primer término, considera el hecho de haber suspendido el Gobierno de Estados Unidos, a fines de 1937, la ejecución de una serie de medidas estadales adoptadas desde 1933, para inyectar > en el mercado norteamericano. Utilizando la Administración Roosevelt numerosos productos, hizo llegar hasta la industria, el comercio y los negocios en general, un río de oro permanente, en forma de subsidios, primas de producción compra de grandes cantidades de productos, agrícolas, etc. La realización de esta política repercutió en las finanzas del Estado, en forma de acusado déficit en su Presupuesto. Considerando el Gobierno de la Casa Blanca que el ascenso de 1937 -año durante el cual fueron alcanzados los niveles de productividad de 1929- ya revelaba la capacidad de la economía norteamericana de andar por sí sola, le retiró el apoyo financiero del Estado.
Esta medida coincidió con un retraimiento general de nuevas compras por parte de las empresas manufactureras. Habían adquirido éstas grandes stocks de materias primas y productos semimanufacturados. Los inventarios de 1936 revelaron que muchos de los grandes consorcios industriales tenían abarrotados sus depósitos de esas reservas de materias primas y de productos semimanufacturados, en proporción de un 30 a un 40 por ciento de aumento en el valor y cantidad sobre las reservas existentes en 1929, año-vértice de la prosperidad económica de la post-guerra.
La tercera causa de la depresión económica de Estados Unidos la refiere el señor Butler a la repercusión que los hechos ya apuntados tuvieron sobre el mercado de valores. La Bolsa, termómetro muy sensible de las variaciones operadas en la vida económica general en los países industrializados, fue sacudida por uno de esos "pánicos" tan característicos en las modernas sociedades capitalistas. El mercado de valores -dice Butler- experimentó un descenso vertical que alcanzó dimensiones asombrosas. Y agrega: "Una gran porción de los más acomodados ciudadanos norteamericanos se encontraron -en solo algunas semanas- con que el valor de sus inversiones se había reducido en una buena tercera parte".
Estos síntomas alarmantes -cuya repercusión aún no se han hecho sentir en otros países de manera muy sensible, pero que se reflejarán tarde o temprano, existiendo como existe una estrecha interdependencia en la economía mundial- no parecen desvelar a los teóricos de la Economía. El profesor Ohlin, por ejemplo, habla en una publicación sueca, y en tono optimista, de lo que está sucediendo en Estados U nidos como si se tratara de un > sin importancia. El célebre economista Kaynes, en declaraciones a The Times, de Londres, se expresa en lenguaje igualmente confiado.
Estas declaraciones no son suficientes para que los pueblos se entreguen a una beata confianza. La crisis de 1920 le enseñó al mundo que las fórmulas mágicas de ciertos técnicos de la Economía no son suficientes para cancelar las consecuencias destructoras de la crisis.
En consecuencia -y desde el punto de vista venezolano- lo prudente y lo previsivo es tomar, desde ahora; medidas para evitar que un nuevo cataclismo económico mundial nos afecte tan profundamente como la crisis pasada. Desgraciadamente, parece que en Venezuela no existe visión en quienes debieran tenerla, por deber de la posición que ocupan en los puestos de mando del país, para adelantarse a los acontecimientos. Si alguien lo duda, observe cómo se permanece en estado de impasibilidad absoluta ante el pronunciado y creciente colapso de la producción raizal del país. Cómo se ve, sin pena ni zozobra, cómo cada día es más deficitaria nuestra balanza de comercio, porque exportamos 80 millones de bolívares e importamos 300 millones. Se presume, seguramente, que el petróleo será inagotable; y se olvida cómo bastó una restricción en el volumen de producción, acordado en 1932 por las compañías ante la baja del precio de esa materia prima en los mercados consumidores, para que el Gobierno de Gómez se viera obligado a reducir en más de 50 millones de bolívares el Presupuesto anual de gastos.
Ante la contingencia de una nueva crisis, sólo hay un camino por recorrer, desde ahora: vitalizar nuestra economía, fortalecerla, independizarla.
Esta es tarea para abordarla ya, sin más esperas suicidas, sin más dilaciones indolentes.