Autor: Rómulo Betancourt
Título: La dramática situación económica del estado Táchira
Fecha de publicación: 11-08-1938
Publicación: Diario Ahora


Alrededor de la situación económica del Táchira se ha creado una leyenda. Periodistas superficiales y visitantes turistas del estado fronterizo se han encargado de que esa leyenda adquiera, en la mente del resto de los venezolanos, perfiles de verdad que no se discute.
El hombre medio de nuestro país, cuando piensa en el Táchira, se imagina a una región en permanente euforia económica, rico y próspero. Suerte de isla de bonanza en un país donde las necesidades insatisfechas apremian a la mayoría de sus habitantes..
Y si alguna duda hubiere en alguien, tuvo que desvanecerla al leer los entusiastas comentarios hechos, con respecto a la región andina a que nos estamos refiriendo, por los viajeros de Caracas que allí estuvieron en la inauguración del Salón de Lectura, de San Cristóbal. No vieron sus ojos poco escrutadores sino campesinos bien nutridos, doblados sobre surcos próvidos. Si apenas se deslizó -como un lunar imperceptible en su literatura de égloga- la observación de un cronista de El Universa", de ser pavoroso el porcentaje de mortalidad infantil en el distrito Junín, centro de la zona cafetera fundamental del estado.
Nada más distante de la realidad, sin embargo, que ese panorama engañoso de un Táchira próspero, que se descorre ante los ojos del país. El hasta hace algunos años rico estado andino sufre hoy con tanto o con mayor intensidad que los otros de la Unión, todas las calamidades derivadas de una pésima situación económica.
En un órgano tan serio como la Revista de la Asociación Nacional de Comerciantes e Industriales de Venezuela, N° 8, correspondiente a julio de 1938, encontramos la verificación de nuestras afirmaciones.
En esa revista, se transcribe textualmente un telegrama enviado, el 9 de julio, por el comercio de San Cristóbal al ciudadano Ministro de Hacienda. Vale la pena transcribir íntegro el texto de ese despacho telegráfico, para que se aprecie en él un inconfundible acento de desesperación, y hasta de velada amenaza:
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A este telegrama se han adherido varias asociaciones, sindicales y de otros órdenes, del estado. El gremio de zapateros, en su telegrama al ciudadano Ministro de Hacienda, tiene, entre otras expresiones igualmente categóricas, esta:
"Desconocemos causa retienen Ministerio para remediar situación miserable soporta este pueblo. Demandaremos contestación inmediata nuestra situación insufrible vivimos".
Por su parte, el cuerpo de pesadores del Estado, solidarizándose con la asociación de comerciantes, dice, a su vez, en telegrama también dirigido al ciudadano Ministro de Hacienda:
"Firmantes, cuerpo de pesadores esta ciudad, sintiendo análogas consecuencias situación tirante esta región, adhiérense Asociación Comerciantes, pidiendo pronta solución problema económico".
Estos telegramas -redactados todos con palabras que revelan un clímax de desesperación- son un mentís a esa intencionada propaganda, que aspira a desfigurar la verdadera situación económica del Táchira.
Ahora bien, resulta superficial, anticientífico, evasivo, el concepto de que exclusivamente deriva ese orden de cosas desesperantes del precio alto de nuestra moneda. No puede negarse que repercute desfavorablemente sobre la economía tachirense el hecho de que en Cúcuta tenga un poder adquisitivo fuerte nuestro bolívar. La tentación del contrabando es mucha cuando se sabe que con cien bolívares, transformados en pesos colombianos depreciados en un 45% con relación a su antigua paridad con el dólar, se compran en Santander del Norte mercaderías cuyo precio de venta en Venezuela es de 200 o más bolívares.
Pero, en realidad, ésta es sólo una modalidad del problema. Y no la determinante. Cualquiera que tenga siquiera conocimientos rudimentarios de historia económica, sabe que cuando toda una región se dedica a actividades ilícitas -comerciales o industriales- es porque no existe abierta la posibilidad de ganarse honestamente la vida en labores lícitas. Los pueblos contrabandistas son siempre pueblos arruinados con anterioridad al momento en que se resolvieron a ganar el sustento al margen de la ley, en lucha abierta contra las normas de una sociedad que se mostraba incapaz para garantizarle los medíos honrados de vivir.
Este el caso del Táchira. Antes de que el Gobierno nacional valorizara el bolívar, hasta llevarlo a un límite cercano al de paridad con el dólar Roosevelt, ya existía un desequilibrio económico profundo en el Táchira. La relación cambiaria de $ 1, Bs. 9,09, facilitando el intercambio clandestino de frutos y productos entre el Táchira y el Santander colombiano, sólo ha venido a crear una fuente ilícita de ingresos para sectores e individuos que ya no tenían cómo vivir.
De modo tal, que las razones del contrabando en el Táchira -y dicho sea de paso, sin que dejemos de abogar porque se tome toda clase de medidas para entorpecerlo y aniquilarlo- hay que buscarlas más profundamente. Y las encontraremos enraizadas en la situación económica general del Estado.
El Táchira es una región del país donde las contradicciones de nuestra economía se agudizan. Zona agrícola, no ha sido irrigada, ni ayer ni hoy, por la sangre vitalizadora del crédito barato; zona con extensos potreros de ceba en otras épocas, es hoy tributaria de Colombia en materia de carnes, porque las reses de nuestros llanos, tienen que ser llevadas, para su engorde, a los potreros de Cúcuta y de allí se reimportan a San Cristóbal. La economía urbana del más atrasado tipo artesanal, ha resultado impotente frente a la máquina que llevó el forastero. Así, se ha dado el caso de que tres tomos mecánicos y algunas otras máquinas simples llevadas por unos alemanes a San Cristóbal -permitiendo la producción más acabada y a menor coste- ha bastado para que el gremio de carpinteros, antes próspero, haga hoy vida miserable. El agudo problema de los hombres sin tierra que hubiera podido resolverse mediante la científica parcelación de los latifundios de la Sucesión Gómez, hoy tan ajenos y extraños a las masas rurales como ayer bajo el dominio del voraz latifundista- está en pie, apremiante. El nivel de sueldos y salarios es tan bajo que el campesino gana al día un salario máximo de Bs. 1,50; y su régimen de vida es tan deprimido que la comida normal de un jornalero es la siguiente: yuca y carne (esta última en tal proporción que los > de las grandes haciendas sacan 20 raciones de un kilogramo; > (llamado así porque los topochos con que se confecciona lo colorea) y > (mazamorra de maíz). El promedio de salario del obrero urbano es de Bs. 2,50 al día. El de los empleados de Bs. 100 a Bs. 150 al mes. El de los maestros del Estado, de Bs. 150; el de los municipales, de Bs. 100.
Esta escueta exposición revela que la situación económica del Táchira no podrá afrontarse con vista a solucionarla, sino con un criterio totalizador. Dése tierra y crédito barato al campesino; y ayuda refaccionaria al agricultor medio, para librarlo de las garras del usurero, prestamista al 24% y vigorícese la economía urbana, creándose industrias capaces de absorber brazos y de pagarlos remunerativamente, y el contrabando dejará de ser un aliciente para el pueblo tachirense. Estas medidas ligadas, naturalmente, con una investigación sobre la mejor forma de armonizar la necesidad nacional de un bolívar valorizado con lo perjuicios que esta política monetaria acarrea al Táchira, por I su vecindad con un país de moneda barata, depreciada.