Autor: Rómulo Betancourt
Título: Población y habitación
Fecha de publicación: 16-09-1938
Publicación: Diario Ahora


En un artículo de estadística demográfica del señor J. S. Flores, encontramos este párrafo, muy revelador, en el cual se analiza el binomio población- habitación en el Distrito Federal:
En 1926 tenía (el Distrito Federal) 30.380 casas, o sean 6,43 habitantes por cada casa. En 1936 resultó con 40.519 o sean 7 habitantes por casa. Si nos atenemos a la proporción de 1936, debemos convenir que para 1936 faltaban como 3.550 casas para contener la población, lo cual justifica el clamoreo que ha venido habiendo por la escasez de vivienda.
En unas cuantas cifras deja ese párrafo condenada la magnitud del problema de la habitación en el Distrito Federal. Mientras que la provincia se desintegra -el censo de 1936 acusa una disminución de población del 41,2 por 100, el 1,4 por 100 y el 15,8 por 100, respectivamente, para los estados Cojedes, Guárico y Zamora, en comparación con el censo anterior- Caracas crece vertiginosamente. Con este crecimiento de su población estabilizada se coincide el aumento de las viviendas. Y el excedente de población no instalada en casas de habitación situadas dentro del perímetro urbano, se instala, en espantosas condiciones, en los anegadizos pantanos de las Tres Lomas, en las faldas inhospitalarias de los cerritos de Marín, entre los breñales de Los Flores. Los más golpeados por la deprimida situación económica, los vencidos por la vida, se hacinan, para vergüenza de todo un pueblo, debajo de las arcadas leprosas de los puentes, en la vecindad mortal del Catuche y del Guaire.
Y al lado de esta penuria de casas donde vivir que experimenta la población laboriosa, vemos cómo van surgiendo, en los aledaños "distinguidos" de la ciudad, los palacetes pretenciosos, las quintas de modelos novísimos, los chalets estilo colonia o "rococó". Y diariamente, la sección donde los diarios informan de las transacciones efectuadas en el Registro de la Propiedad nos dicen cómo se venden, hipotecan, traspasan, quintas recién construidas, y ubicadas en los barrios de nombres sugeridores de confort: La Florida, Las Delicias, Los Palos Grandes.
Esta contradicción entre la Caracas que construye quintas y la que precariamente vive hacinada en casas de vecindad y en barriadas desprovistas de toda higiene, es una resultante de las características económicas de la ciudad capital.
Caracas no es una ciudad industrial, manufacturera, capitalista, como ya lo está siendo Bogotá. Es una ciudad parasitaria, pulpo de las energías y del trabajo nacionales. Ciudad que vive del Presupuesto, del erario, de las contribuciones de toda la Nación, Y es el sector -minoritario y feliz- estratégicamente ubicado en los cuadros del Presupuesto, el que construye quintas y palacetes.
El resto de la población -vastas clases medias pauperizadas, sectores proletarios colocados en el límite de su resistencia económica- vive de lo que gasta, para sufragar su vida, esa minoría de los hábiles, de los audaces o de los plegadizos.
Ahora bien, que se reconozca y precise el origen de la desproporción tangible de los ingresos de un burócrata de alto bordo y de un ciudadano medio, no implica justificación de la vida azarosa de este último.
La función del Estado debiera ser, en este caso, la de intervenir, corrigiendo siquiera en parte los resultados negativos de esta situación que planteamos.
Y en el caso concreto del problema de la habitación -el más álgido que confronta la ciudadanía de escasos recursos económicos de la Capital de la República- el camino a trajinar es sencillo, viable, fácil. No es otro que el de la construcción masiva, por el Estado o el Municipio, de grandes barriadas populares.
Hemos hablado cien veces sobre este tema. Y lo volveremos a abordar otras tantas veces. Mientras el problema insoslayable y agudo de alojamiento esté en pie, deber del periodista honesto y preocupado por los problemas colectivos, es el abordarlo con terquedad que no desmaye.