Autor: Rómulo Betancourt
Título: Repercusiones posibles de una guerra mundial sobre la economía interna de Venezuela
Fecha de publicación: 30-09-1938
Publicación: Diario Ahora


En un breve comunicado de prensa del 28 de este mes, ha dicho el Gobierno Nacional:
"En previsión de las consecuencias que pueda tener sobre la economía venezolana la situación europea, los diferentes Departamentos del Ejecutivo estudian coordinadamente las medidas necesarias para reducir el costo de los artículos de primera necesidad, para dar un vigoroso impulso a la producción, restringir ciertas importaciones superfluas y prohibir exportaciones de productos indispensables al consumo nacional y otras medidas que sean adecuadas para conjurar los efectos de la crisis, procurar el mayor bienestar posible al pueblo y la menor perturbación en el normal desenvolvimiento de las actividades de la Nación".
Detrás de las líneas escuetas de ese comunicado se descubre la alarma en los medios gubernamentales ante las lógicas proyecciones que tendría sobre el organismo económico de la Nación una guerra mundial. Esa alarma sería hoy menor si la Administración Pública hubiera abordado, desde el inicio de sus gestiones al frente de los destinos de la República, una audaz, planificada y ambiciosa política económica. Ha estado ausente de la Administración tal política. Y lo estuvo aun en el momento en que se elaboró y concretó en documento oficial el Plan Trienal, el cual es una ordenación de tareas administrativas, un itinerario de las labores que normalmente emprenden de los estados rutinarios, y no un verdadero Plan en el sentido de la estimación de nuestras posibilidades actuales como nación creadora de riqueza, y de las medidas científicas y armónicas que deban adoptarse para impulsar vigorosamente esas posibilidades.
Empero, no seguiremos adelante en ese género de consideraciones. Nos vamos a circunscribir a una interpretación ahondadora de lo poco que dice, en su parco comunicado, el Gobierno de la República.
Antes y primero que todo, es un mentís tácito que da el Gobierno a la tesis fenicia y vituperable de cuatro especuladores, quienes afirman por ahí que una guerra en Europa nos beneficia. Habrá margen para magníficos negocios y de ellos se beneficiará todo el país, arguyen media docena de Harpagones del alto comercio y de la alta industria. Nada es más sofístico ni más peligrosamente falso, como esa creencia. Venezuela como Nación -cuyos intereses no pueden identificarse con los de unos cuantos pescadores en el río revuelto de la especulación- sufriría tremendas calamidades de estallar la guerra en Europa. Enfoquemos hoy las de carácter estrictamente económico.
Aun admitiendo lo que resulta casi imposible de admitir -que la guerra fuera "localizada" en el sólo continente europeo- nos tropezaríamos con la gran dificultad de no poder adquirir sino a muy altos precios la manufactura extranjera que consumimos. Muchas fábricas de artículos de consumo se transformarían automáticamente, al estallar una guerra, en fábricas de material de guerra; o no trabajarían sino para atender los pedidos militares de sus respectivos países. Los riesgos inherentes al tráfico marítimo de naves mercantes en caso de guerra contribuirían a encarecer la escasa mercadería que pudiera venimos de Europa y de Estados Unidos. Al mismo tiempo, las dificultades para colocar en los mercados consumidores del exterior los productos agrícolas de Venezuela serían infinitamente mayores que en la actualidad.
Este doble fenómeno económico derivado de la guerra --encarecimiento de la manufactura de importación y obstáculos para la venta en el exterior del café, el cacao y los cueros nacionales- repercutiría en el país en forma de encarecimiento aún mayor de la vida y de pauperización todavía más impresionante y generalizada del ya empobrecido sector agrícola de la Nación. No fue otra la repercusión que tuvo sobre nuestra economía la guerra de 1914. Y debe señalarse el hecho de que, de entonces a hoy, nuestra economía no se ha vigorizado. Por lo contrario, la Nación -no obstante el petróleo, la paz "rehabilitadota" y otros tópicos socorridos- está en situación más deprimida que en víspera de la primera contienda bélica mundial. Entonces importábamos Bs. 93.400.000; y hoy importamos Bs. 214.600.000. Entonces exportábamos Bs. 149.800.000 y hoy exportamos Bs. 78.200.000. Interpretadas esas cifras, significan que en 1913 teníamos más que vender y comprábamos mucho menos a las naciones beligerantes, que lo que le vendemos y le compramos hoya los posibles contendientes en la temida conflagración.
Naturalmente, que unos cuantos almacenistas que tengan en stock fuertes reservas de mercaderías y que unos cuantos industriales en circunstancias semejantes, harían espléndidas ganancias con motivo de una guerra europea. Ya las hicieron en la guerra del 14 los fabricantes de productos textiles, que, por cierto, no se aplicaron a modernizar el utillaje de sus fábricas, ni a darle un vigoroso impulso a la industria venezolana. Pero resulta absurdo identificar las ventajas que sectores de escuálida minoría alcanzarán en caso de guerra, con la situación general que confrontaría Venezuela. Esta -debe decirse y repetirse en todos los tonos, como incitación a la actividad coordinada, febril y previsora- sería pésima, como ninguna otra que haya confrontado el país.
Y conste que hemos enfocado el problema exclusivamente desde un ángulo: el de la economía natural del país. Aceptando, además, una hipótesis muy aventurada y discutible: la de que la guerra se localice exclusivamente en Europa.
El sumario análisis de lo que significará para Venezuela una guerra mundial, desde el punto de vista del petróleo y tomando en consideración la posibilidad de que el Caribe y el Atlántico sean también mares "beligerantes", lo haremos en nuestro artículo de mañana.