Autor: Rómulo Betancourt
Título: Nuestro ministro en Washington y el capital extranjero
Fecha de publicación: 15-10-1938
Publicación: Diario Ahora


El doctor Diógenes Escalante, Ministro de Venezuela en Washington, tuvo oportunidad de hablar recientemente ante un grupo de prominentes hombres de negocio de los Estados Unidos.
Y desde Nueva York ha transmitido la United Press, el 12 de octubre, un extracto de las palabras pronunciadas en esa ocasión por el representante diplomático de Venezuela ante la Casa Blanca.
Dice la United Press que el doctor Escalante, "sin haber mencionado expresamente a México", hizo notar la tendencia de los Estados Unidos al hablar con desdén de los países latinoamericanos. Y en opinión de nuestro representante ante el Gobierno del señor Roosevelt, nada es más antojadizo que esa generalización. Como afirmó el doctor Escalante, aun cuando las repúblicas de la América Latina "proceden de los mismos orígenes en los tiempos pasados, hay que tener en cuenta que aunque le conservan algunos puntos de analogía, sin embargo representan veinte países diferentes con I veinte evoluciones características de cada nación".
No se necesita de un análisis muy profundo de esas palabras para desentrañarles su recóndito sentido. Nuestro representante diplomático se propuso con ellas convencer a quienes eran sus compañeros de banquete acerca del absurdo de confundir a la política económica de Venezuela con la de México. Y esta tesis se confirma leyendo el párrafo, promisor de un paraíso venezolano para el capital inversionista extranjero, con que concluyó su discurso el doctor Escalante. Dijo así ese funcionario:
"En Venezuela, por lo tanto, podría ser invertido el capital con la seguridad de obtener magníficas ganancias y sin el menor riesgo, No siendo fácil hallar un país donde el capital ofrezca las garantías que en Venezuela, por no contar con la competencia y por no existir impuesto alguno sobre el mismo.
Estas palabras del doctor Escalante suenan extrañamente. Porque ya es hora de que no se pretenda atraer el capital inversionista extranjero a nuestro país ofreciéndole el señuelo de las ganancias ilímites y de la renuncia absoluta, por el Estado, a controlar la forma como actúa y a participar en las ganancias que obtenga.
Bajo esas condiciones -asegurándosele de una vez al capital extranjero, que ni afrontará competencias ni tendrá que soportar gravámenes sobre sus utilidades-, en muy, poco, o en nada, se beneficiará Venezuela con la presencia de los activos capitanes de industrias norteamericanos, o europeos, en nuestro país. Si tenemos un interés vital en desarrollar nuestras posibilidades de riqueza, con el concurso del capital y de la técnica extranjera, no es sólo por el necio prurito (le ver decorado el paisaje venezolano con chimeneas de factorías y desfiles de locomotoras. La presencia activa y fecundizante del capital extranjero la requiere la nacionalidad para fortalecerse económicamente, para superar su atraso y barbarie. Y ello no será posible sino cuando el capital extranjero venga a nuestro país a invertirse, en forma condicionada por la exigente vigilancia del Estado. Cuando no se le garantiza la ausencia de competencia, sino que, por lo contrario, sepa de una vez por todas que no gozará de monopolios y privilegios especiales. Cuando no se le garantice ausencia absoluta de impuestos sobre las utilidades que perciba, sino que sepa de una vez por todas cómo el Estado reclamará una participación racional y legítima en las utilidades obtenidas por quienes exploten riquezas del país.
Hay más que decir y es lo siguiente: no es lícito asegurarle al capital extranjero la "no existencia de impuesto alguno sobre el mismo". Ésta es una situación que no puede durar mucho. Desde su programa de Febrero hasta el Plan Trienal, pasando por numerosos mensajes y documentos oficiales, el Presidente de la República ha insistido en el propósito de la Administración actual de reformar el régimen tributario. Esa forma tenderá, según las propias afirmaciones del Programa de Febrero, a una paulatina substitución del impuesto indirecto, traslativo, "pecho sobre artículos de primera necesidad", por la imposición directa sobre el capital y la renta. En consecuencia, hoyo mañana -mientras más pronto mejor-, ese absurdo que proclama nuestro Ministro en Washington como una "gentileza" de Venezuela -el de ser una de las contadas naciones del mundo donde no rigen tributos directos deberá desaparecer.
Y no se crea que por el hecho de condicionar la forma como se invierta el capital extranjero dejará por eso de venir a nuestro país, si es que en él encuentra estabilidad política y posibilidad de aplicación remunerativa. El excedente de capital acumulado en los países industrializados, obedeciendo a leyes de física social ineludibles, tiende a desplazarse hacia los países de escaso desarrollo económico y ricos en reservas de materias primas en una forma irresistible. Recuérdese, en apoyo de esta tesis, el caso de México. Cuando ya estaba en plena ejecución el Plan Sexenal del Gobierno Cárdenas, cuya neta directriz nacional era muy visible, los ingleses y los americanos seguían invirtiendo su dinero en las zonas petroleras de ese país. Más característico es aún el caso de Rusia. No obstante la socialización de la propiedad que allí rige, en diversas ramas de la producción han aplicado su capital los inversionistas particulares de Europa y Estados Unidos.
En síntesis: no creemos ni siquiera útil esa forma dialéctica utilizada por el doctor Escalante. El exceso de garantías ofrecidas a los inversionistas, en una época en que la casi totalidad de los países que absorben capital extranjero están condicionando rigurosamente sus actividades, no puede ser para aquéllos motivo de seguridad. Porque esos pueblos donde se concede toda clase de privilegios al capital extranjero, son los mismos donde el desacuerdo de los gobernados con esa política de sus gobernantes amenaza en toda hora con expresarse en brotes de violencia. Aun cuando parezca paradójico, los inversionistas que han aplicado sus capitales en países donde el Estado controla sus actividades y merma, en beneficio de la colectividad, sus ganancias, están mejor garantizados contra drásticas disposiciones que aquellos donde el espíritu nacionalista es mantenido en permanente actitud irritada en vista de los privilegios dispensados a quienes hablan en el lenguaje del dólar y de la libra esterlina.