Autor: Rómulo Betancourt
Título: Un triunfo de la técnica en el cultivo del maíz
Fecha de publicación: 18-10-1938
Publicación: Diario Ahora


En una revista agrícola norteamericana hemos encontrado un excelente trabajo de Mr. George Kent. Se titula La Fecundación artificial en el maíz. En el se comenta la lección de perseverancia dada por el agricultor Lester Pfister, del Paso, en el Estado norteamericano de Illinois, para llegar a obtener un tipo de "maíz de raza", excepcionalmente remunerador para quien lo cultive.
Lester Pfister tuvo oportunidad de conversar, en un día de 1925, con Henry Wallace. Entonces era Wallace un simple redactor agrícola de una revista publicada en Iowa. Hoy es Ministro de Agricultura de la Administración Roosevelt. Refiriéndose al tono en que se mantuvo esa conversación entre los dos hombres interesados por las cuestiones agrícolas, escribe George Kent:
"En esta conversación, aprendió Pfister nuevas nociones de genética y las posibilidades que ofrecía la cruza de variedades seleccionadas. La selección de las plantas se regía por principios similares a la selección animal, y había que preocuparse preferentemente del macho. La crianza, podríamos decir, de una variedad selecta del maíz, mediante el control de la fecundación, se había hecho hasta entones sólo como experimento de laboratorio; pero Wallace entusiasmó a su compañero para que emprendiera esa tarea, y al despedirse esa tarde, Pfister, ya convencido, le dijo: "Mañana mismo empiezo mis experimentos". Y así lo hizo."
Durante 10 años, terco y perseverante, el agricultor de Illinois realizó sus ensayos. Venciendo a la pobreza y a la incomprensión ambiente. Arrostrando el calificativo de "loco", con que le designaban los agricultores rutinarios, empíricos, incapaces de comprender cómo puede la acción inteligente del hombre mejorar lo que espontáneamente ha creado la naturaleza.
Pfister comenzó sembrando 388 mazorcas de maíz Krug, de primera calidad, y en cada espiga amarró un cartucho de papel. Cuando calculó que cada uno de esos cartuchos estaba lleno de polen, los sacó y los puso sobre las florescencias de la misma mazorca, cortando luego los tallos. Para apreciar la cantidad de paciencia y de tenacidad que debió aplicar este agricultor en sus experimentos, baste señalar este dato: en sus primeros trabajos de "cruzamiento" del maíz usó 100.000 cartuchos de papel haciendo 50.000 fecundaciones, o polinizaciones, artificiales.
Durante cinco años consecutivos, Pfister repitió las mismas operaciones, comenta George Kent- hasta que en 1929 su selección se limitó a cuatro mazorcas. Y agrega: "Estas lucían los resultados obtenidos después de cruzar cinco generaciones: los tallos eran robustos y duros; sus raíces eran profundas, se erguían erectas desafiando los vientos y las pestes no las habían afectado. Con las semillas recogidas de estas mazorcas estaba listo para hacer el primer cruzamiento entre distintas mazorcas."
Estas semillas seleccionadas tan escrupulosamente las sembró en 3 hileras. La del medio tenía como misión hacer las veces de macho, o polinizadora. El año en que fueron sembradas se caracterizó por la intensa sequía. El sol tostaba las mazorcas. Pfister fue aconsejado para que acudiera al riego artificial, a fin de salvar sus cultivos. Se negó a ello, argumentando "que si no podían sufrir la sequía, preferible era que se secaran."
La cosecha obtenida, no obstante ser escasa, resultó muy halagadora. Las mazorcas eran grandes, el grano apretado, parejo y de tamaño sensiblemente mayor al del maíz corriente. El terco experimentador no se sintió, sin embargo, satisfecho del todo. Obtuvo en estaciones agrícolas experimentales semillas genéticas, para cruzarlas con las de sus maizales.
A todas estas, su vida se hacía cada vez más penosa. Pfister abandonó prácticamente su hacienda, dedicándose exclusivamente a sus experimentos con semillas de maíz. Su déficit con el Banco llegó a ser de US$ 32.000. Tuvo que someterse a un régimen de vida casi primitivo, limitando su alimentación hogareña a la mazamorra de maíz. Las largas veladas invernales las sobrellevaba usando hogueras de "tusas" de maíz, como único medio de calefacción.
Pero llegó por fin la compensación de sus esfuerzos. La cosecha de maíz que recogió en su sembrado-modelo, durante el año de 1935, alcanzó a la cantidad de 225 bushels (35,2 litros cada uno), del mejor maíz que se había visto en la región de Woodford. Todos los agricultores de ese sector iniciaron verdaderas romerías a la hacienda de Pfister, a ver el maravilloso fruto cosechado en aquélla.
Los resultados económicos de este triunfo, de la técnica en los procesos de cultivo del maíz, se evidencia de estos datos: Pfister recogió en 1935, como producto de la venta de su cosecha y la cual fue destinada toda como semilla, la suma de US$ 35.000. Sus vecinos cosecharon, como máximo, por valor de US$ 2.000. En 1936, vendió toda su cosecha al precio de US$ 10 el bushel, obteniendo un valor total por ella de US$ 150.000. La fama del maíz pedigrée" cosechado de Woodford se extendió a todas las zonas maiceras de los Estados Unidos, y los pedidos llovieron sobre Mr. Lester Pfister. El articulista que comenta estos hechos transcribe el dato de que para 1938, tenía pedidos, respaldados por depósitos bancarios, que sobrepasan al medio millón de dólares.
Mr. Pfister, naturalmente, ha visto traducirse en grandes proventos económicos este éxito alcanzado por la semilla que se cosecha en sus propiedades. Su negocio de semilla le produce un promedio de un millón de dólares anuales. Y esta euforia económica no sólo a él lo beneficiará, sino también a sus vecinos. El maíz de Pfister, al ser sembrado en una extensión aproximada de 2 millones de hectáreas, (Estados de Iowa, Indiana, Illinois y Ohio), significará para los hacendados en esas porciones agrícolas de territorio de la Unión, un aumento de sus ingresos anuales estimable en 10 millones de dólares.
No hemos hecho esta glosa del interesante artículo de George Kent con esa intención, entre metodista y apologética, del escritor yanqui cuando aborda el tema. En todo biógrafo medio de Estados Unidos hay una tendencia incurable a destacar los self made man. Su empeño más o menos disimulado es el de hacer ver a los lectores cómo a golpes de voluntad se transforman en Yanquilandia los limpiabotas y voceadores de períodos en ricos magnates de la industria, la banca y el comercio.
Nuestro propósito ha sido menos "moralizante". Y más realista. Hemos pretendido, al destacar este logro de la técnica agrícola, hacer ver a los hombres que trabajan la agricultura en nuestro país, cómo podrán prosperar muy difícilmente si no abandonan la rutina de los métodos de cultivo. Porque es necesario decir que al lado del agricultor pauperizado, ignorante, y cuyo empirismo se justifica, coexiste el dueño de hacienda en condiciones económicas saneadas. E incapaz, sin embargo, de introducir una saludable renovación técnica en los métodos de cultivar la tierra, que en la mayoría de las zonas agrícolas del país no se diferencian substancialmente de los que usaban los abuelos en la Colonia.