Autor: Rómulo Betancourt
Título: Opina el señor gerente de la Standard Oil
Fecha de publicación: 22-11-1938
Publicación: Diario Ahora


"El Universal, en su edición del 20 de noviembre, traduce de prensa norteamericana unas declaraciones del Gerente en Venezuela de la Standard Oil.
Las declaraciones de Mr. Linam -que suponemos sea el innominado opinante- merecen el honor de una glosa.
El Gerente de la Standard Oil en Venezuela es lo que los yanquis califican como un self made man. Confiesa que llegó a nuestro país con un modesto cargo de perforador de pozos. Hoy "posee una casa en Caracas Y otra en Shrevepert, Louisiana; en 1935 se casó con una muchacha de Sherevepert, teniendo un hijo que habla mejor el español que el inglés, su padre. Este ascenso hacia las cumbres de la riqueza, de la prosperidad y del confort lo ha alcanzado Mr. Linam empujado por una ola ascendente de aceite negro. El proceso de sus triunfos individuales se ha realizado en razón inversa al de la bancarrota económica del pueblo donde su hijo ha aprendido a hablar español de "nativo". Y es que el señor Linam actúa en Venezuela como mandatario y vocero de una empresa cuya prosperidad finca, precisamente, en la progresiva ruina de la nación. A mayores ganancias para la Standard y las otras empresas aceiteras, mayor miseria colectiva para los venezolanos. En esta fórmula emparentada con la aritmética podría producirse el esquema de la evolución económica nacional en los últimos veinte años.
Es lógico -dentro de ese sentido materialista y brutal que de la lógica tienen los self made man que el señor Gerente de la Standard Oil se muestre satisfechísimo de Venezuela. Esa satisfacción llega a su clímax cuando dice, refiriéndose al sistema impositivo que rige para las empresas de petróleo: "Los impuestos son pequeños". Y de haber querido ser más gráfico y más sincero, en la propia literatura oficial de Venezuela hubiera encontrado frases insuperables para sintetizar el régimen tributario vigente -ayer y hoy- con respecto a las empresas petroleras. Ahí está ese párrafo insubstituible del ex Ministro de Fomento y actual Contralor General de la Nación: "Las compañías petroleras se llevan nuestro petróleo y el Gobierno de Venezuela les paga para que se lo lleven".
Naturalmente el señor Linam manifiesta en sus declaraciones un sentimiento de viva hostilidad hacia México. Es el "polo opuesto de Venezuela", dice, entre indignado y compungido. Allí, por haber la Administración Cárdenas rescatado la industria petrolera, "está pagando el pueblo los errores de los políticos". Y agrega, sentencioso e inapelable: "Eso se llama ser cortos de vista".
Que el señor Linam se manifieste en desacuerdo con la política nacionalista y reivindicatoria de Lázaro Cárdenas, a nadie extraña en Estados Unidos. Pero sí causará profunda extrañeza saber, de sus labios, lo que a renglón seguido afirma: "los periódicos de Venezuela critican más a México -dijo- que los de los Estados Unidos".
Esa extrañeza que presumimos será lógica. Porque es posible que el norteamericano medio, cuando es ingenuo, acepte la posibilidad de que periódicos de Estados Unidos defiendan sinceramente el derecho de los capitales de industria anglo-sajones para explotar y controlar las fuentes de riqueza del continente. En cambio, le será imposible comprender al colonialismo sumiso y entreguista de quienes, viviendo en pueblos oprimidos por la penetración imperialista extranjera, entonen desde sus órganos de prensa hosannas a las compañías extranjeras y diatribas contra los pueblos hermanos que se están libertando de su implacable coyunda.
Habló después el señor Gerente -poniendo en ejecución el disco, ya lo suficientemente rayado por la explotación que de él hicieron los cónsules de Gómez -del "pago de la deuda externa". Y concluyó su reportaje con estas palabras de sentido sibilino: "En Venezuela las cifras marcan el nivel de vida de la gente entre la pobreza y la comodidad de los ricos."
Haciendo un serio esfuerzo interpretativo, es posible llegara una aproximada comprensión de esas palabras. Quiso tal vez decir Mr. Linam que las estadísticas revelan cómo en este país, idílico para los hombres del petróleo, 500.000 niños no tienen escuela donde concurrir; las exportaciones de productos agrícolas alcanzan apenas a 78 millones de bolívares, mientras que en 1913 se exportaban 149 millones de bolívares: el promedio de sueldos y salarios en el Distrito Federal es apenas de 204 bolívares mensuales y de 6 bolívares diarios; y son numerosos los Inspectores Escolares que en sus informes anuales al MEN, publicados en la Memoria de ese despacho, hablan de maestros que suspenden su clase para prepararle una taza de café a un escolar, desmayado de hambre.
Y si tan locuaz estuvo en el enfoque de algunos tópicos, otros fueron tabú, zona vedada, para el dinámico Gerente de la Standard Oil. Nada dijo, por ejemplo, acerca de un asunto que debe ser conocido por él hasta en sus más íntimos detalles. Nos referimos a la accidentada historia de la Ley de Hidrocarburos y demás mineral combustible, promulgada por el Congreso de 1936 y aún no publicada en la Gaceta. Hubiera sido interesante oír de los labios de tan prominente personaje la relación que existe entre el tímido intento, en ella contenido, para aumentar "los pequeños impuestos" sobre el aceite negro, y las peripecias porque ha pasado. Desde su calvario en las Cámaras, cuando un oficio del Ministerio de Fomento impidió que se le archivara definitivamente, hasta estas misteriosas maniobras de que ha sido víctima últimamente. Se hubieran asombrado los lectores de Norteamérica al leer, en el reportaje del señor Linam, que la Ley de Hidrocarburos fue entregada, luego de su aprobación parlamentaria y para ser pasada a máquina, a un personaje que desapareció con los originales. Se procedió entonces a reconstruirlos trabajosamente, con las actas de las sesiones por delante. Y al ser recopiada de nuevo, más de veinte errores de máquina se deslizaron en ese trabajo, con la curiosa coincidencia de que todos ellos cambiaban en favor de los intereses de las compañías, el texto de la Ley y la intención del legislador. Por último, hubiera sido víctima el lector yanqui del mayor de los asombros al saber que esta Ley así adulterada, ha sido objeto de concienzudos y sapientísimos estudios en numerosas consultorías jurídicas, porque se ha dudado en apelarse a lo más indicado y lo más simple: hacer copiar de nuevo la Ley por un empleado de la Secretaría Permanente del Congreso que sea mejor mecanógrafo..., por lo menos, que no se equivoque tan insistentemente en favor de las empresas aceiteras.
Hasta aquí nuestra glosa a las declaraciones de Mr. Linam, a quien personas ociosas del Oriente de la República, con manifiesta desconsideración y visible desconocimiento de la verdad histórica, han venido adjudicando el injusto título de "Zar de Caripito".