Autor: Rómulo Betancourt
Título: El empréstito
Fecha de publicación: 12-04-1937
Publicación: Diario Ahora


Exhibiendo una modalidad muy característica de los venezolanos, discutimos con mucha seriedad la conveniencia de contratar un empréstito, dando por sentado, por cosa indudable, que lo conseguiremos con sólo expresar el deseo de tenerlo. En las circunstancias que imperan hoy en las relaciones económicas y políticas mundiales, será sumamente difícil encontrar un país inversionista que convenga en prestamos dinero, a menos que nos queramos avenir a condiciones que Venezuela no puede ni debe aceptar.
No basta nuestra honrosa tradición de pueblo buen pagador para inspirar confianza. En el crédito de nación a nación priva esta consideración en grado mucho menor que en el crédito entre personas o instituciones particulares. El crédito de un país se basa, más que en su historia y en su honorabilidad, en su capacidad de producción presente y futura. Y preciso es confesar que la capacidad de producción de Venezuela no es de las más prometedoras porque el petróleo que es nuestro renglón más grueso, es algo muy aleatorio porque depende de sucesos fortuitos y puede desaparecer de un momento a otro como explotación lucrativa, de la misma manera que dejó de ser el salitre para Chile por haber descubierto los alemanes el abono sintético que lo reemplaza con ventaja.
Cualquier país que aceptare en principio la idea de hacemos un préstamo, estudiaría, en primer término, la perspectiva de nuestra producción para fijar la cantidad y, una vez acordada ésta, nos impondrá algunas condiciones severas entre las cuales estamos seguros que no faltarán las siguientes:
1. Obligación de usar buena parte del empréstito en comprar manufacturas o productos de la nación prestamista.
2. Concesión, por nuestra parte, de preferencias aduaneras que coloquen a la Nación prestamista en una posición ventajosa; y
3. Tendremos que dar, en garantía del pago de las cuotas de amortización y de los intereses, una de nuestras rentas principales, como por ejemplo, la renta del petróleo o la de aduanas, nombrando la nación prestamista una comisión administradora de esa renta que entregaría al Gobierno al que quedare después de haberse cobrado lo que les corresponda.
La primera de estas condiciones podría ser aceptada, pero no así la segunda, y, sobre todo, la tercera. Estamos seguros de que ni este Gobierno, ni ningún Gobierno de Venezuela, ni uno solo de los venezolanos, estarían dispuestos a aceptar las dos últimas condiciones, especialmente la tercera, pues ella implica la entrega de nuestra autonomía económica y de nuestro decoro nacional. A un extremo como éste sólo se podría llegar en un caso de vida o muerte que no existe hoy, afortunadamente, para nuestro país, ni se bosqueja, por ahora, en el porvenir.
De las naciones que han dispuesto de capital financiero para invertir en estos pueblos "semi-coloniales", tenemos que descartarlas en Europa por ahora. Alemania quedó reducida a una pobreza extrema a consecuencia de la guerra y del Tratado de Versalles; Inglaterra y Francia no se hallan, en estos momentos, en capacidad de permitir a sus banqueros la contratación de un crédito externo porque necesitan de todos sus recursos para cubrir los empréstitos internos destinados a los fabulosos gastos de los armamentos.
Queda Norteamérica como campo de colocación de un empréstito nuestro. Ya sabemos cuán poco grato sería a los venezolanos, y cuán poco prudente también, hacer de este país nuestro acreedor. Pensemos por un instante en el bochorno de ver agentes de banqueros, de petroleros o del Gobierno americano, fiscalizando la renta del petróleo o la de las aduanas.
Estas consideraciones y otras que han sido ya divulgadas por la prensa, ponen fuera de lugar la idea de un empréstito en metálico. Nada sería más inoportuno ni más peligroso.
Nosotros convenimos en que Venezuela tiene por realizar una gran labor si es que quiere comunicar impulso vigoroso a su adelanto material. Creemos así mismo que se puede hacer uso del crédito sin recurrir al empréstito en metálico y en forma tal que se tenga la certidumbre de que será empleado en obras reproductivas y de verdadera utilidad. El Gobierno pudiera pedir al Congreso la autorización para contratar la construcción de ciertas obras de aliento, que están fuera del alcance de los presupuestos ordinarios, con empresas constructoras venezolanas, extranjeras o mixtas, que las financiasen y a las cuales se les pagaría en cierto lapso de tiempo convenido de antemano, amortizando anualmente una parte del valor de la obra. Si se escogen con acierto las obras, podrían éstas pagarse por sí mismas, con el rendimiento que habrían de dar bajo una dirección administrativa competente. Es esta la única manera sensata de hacer uso del crédito de la Nación y nosotros confiamos en que el buen juicio de los hombres en el Gobierno y de los congregantes, sabrá verlo así, y que la cuestión del empréstito en metálico no pasará de ser bulla de prensa.