Autor: Rómulo Betancourt
Título: Nuestro comercio exterior
Fecha de publicación: 24-03-1937
Publicación: Diario Ahora


En notas anteriores hemos querido examinar las condiciones que tienen hoy fuerza en nuestro comercio con algunos países, y hemos sostenido que el Gobierno debe adoptar medidas dirigidas a que nuestras compras se realicen, preferentemente, en aquellos que, en una u otra forma, dan franca entrada a los productos y a las materias primas venezolanas. Y que, por el contrario, estamos en el derecho de cerrarle las puertas de nuestra casa, a determinados países que encauzan sus compras de frutos tropicales y de materias primas hacia otras naciones o hacia sus colonias, levantando una valla aduanera que impida la entrada de sus manufacturas.
El tráfico sin restricciones es, no cabe duda, una política justa y razonable; pero, como todas las grandes economías del mundo, por razones que no es del caso estudiar aquí, han abandonado esa hermosa fórmula para encerrarse dentro de un nacionalismo económico intransigente, no nos queda, país pequeño, otro recurso que seguir el paso que nos marcan.
Nosotros no podemos pretender exigir a cada uno de los países que lleva negocios con Venezuela, que nos compre una suma equivalente exactamente a la que le compremos, porque la exportación de productos venezolanos, con exclusión del petróleo, monta en valor a sólo unos Bs. 60.000.000.00 (este año subirá un poco debido a los altos precios del cacao y a la mejora sensible que han experimentado los del café), e importamos al rededor de Bs. 180.000.000, sin tomar en cuenta las importaciones, libres de derechos, en virtud de sus contratos, de las compañías petroleras, y que, en cifras redondas, se pueden calcular en unos Bs. 50.000.000,00. La diferencia queda cubierta en nuestra cuenta corriente internacional, con el aporte de las compañías (alrededor de Bs. 120.000.000, por año, en impuestos, sueldos, salarios y otros gastos). De lo que antecede se concluye que la naturaleza de la estructura de nuestra economía, que se mantiene en gran parte con las regalías del petróleo, hace de nosotros un país esencialmente comprador, y que mientras no multipliquemos la producción agrícola y la pecuaria, tanto en cantidad como en calidad, tendremos que pagar en divisas gran parte de nuestras compras en el exterior, con las divisas que nos vienen del petróleo.
Pero sí queremos hacer resaltar la necesidad de ir racionalizando el comercio exterior en el sentido de dar la preferencia a los países que nos compren más café, cueros y otros productos. No es lógico, ni es justo, que gastemos tanto en el Japón cuando ese país no consume nuestros artículos, ni lo es tampoco que adquiramos la mayor parte de los tejidos, las maquinarias y herramientas en Inglaterra si ese país no quiere consumir nuestro café y nuestro cacao. Es más natural que compremos en Alemania, en Francia o en Estados Unidos, países que acogen bien nuestros frutos, o en Dinamarca, en Finlandia, en Noruega, países con los cuales tenemos una balanza de comercio favorable y que ofrecen todavía campos muy amplios a nuestra producción.
No debemos olvidar que si bien es cierto que nuestra producción total es pequeña, forma en ella el café la parte más importante y que la producción mundial de este grano sobrepasa las peticiones del consumo, circunstancia que hace necesario luchar duramente para asegurar la venta de nuestra cosecha.
El Ejecutivo Nacional dispone de los medios que le permiten obrar con seguridad y rapidez, gracias al artículo 17 de la Ley de Arancel de Aduanas. Nos permitimos recordárselo.