Autor: Rómulo Betancourt
Título: Una saludable iniciativa en favor del jornalero
Fecha de publicación: 26-11-1937
Publicación: Diario Ahora


En días pasados comentaba este mismo diario, en un sentido justificadamente adverso, la noticia de que estaban siendo disminuidos los salarios en los fundos cafeteros. Esta fue la medida de precaución adoptada por hacendados ante la perspectiva de la baja en los precios del café. Como semejante "solución" pueden intentarla también los agricultores del cacao, ante la baja violenta experimentada por la almendra venezolana en los mercados del exterior, es urgente volver sobre el tema de los salarios.
Es una vieja verdad de la economía política clásica, en la cual están de acuerdo todas las modernas corrientes del pensamiento económico, la de que el rendimiento de la tierra está vinculado directamente a la capacidad de trabajo del que la cultiva. Agricultores desnutridos y enfermos no son capaces de hacer rendir a la tierra todo lo que es capaz de dar. De aquí que coincidan contrapuestas doctrinas sociales en reclamar atención preferente al nivel de vida del hombre de trabajo, unas escuelas invocando principios de justicia social, otras situándose desde el ángulo exclusivamente positivista de que es ése el medio más eficaz de asegurar un cuantioso rendimiento a los surcos.
En países como Venezuela, donde la tierra se cultiva con criterio feudal, muy pocos hacendados comprenden la utilidad, aún desde el punto de vista más egoísta y utilitario, de que sus peonadas estén bien alimentadas, fuertes físicamente, sanas de cuerpo. De aquí que el bajo rendimiento del trabajo campesino nuestro sea una realidad que se palpa con la simple vista. Ya alguna vez citábamos el informe publicado en las páginas de la Memoria de Agricultura (1936) por el ingeniero agrónomo Geigel Hernández, en el que señala como una de las causas de la producción con coste alto de la caña de azúcar, en los ingenios del Estado Miranda, en el bajísimo rendimiento del trabajo humano, por desnutrición y enfermedad de las peonadas campesinas.
En otros países, para ponerle correctivo a esa deplorable situación de las masas rurales y hasta para librar al hacendado de los efectos indirectamente perjuiciosos para él derivados de su codicia, se ha establecido el salario mínimo rural. Este salario se calcula tomando en cuenta el costo de vida, por región. Coactivamente, por medio de leyes provistas de su respectivo capítulo punitivo, se obliga al terrateniente a no pagar salarios que bajen de ese nivel, considerado como el mínimo vital.
Algún día se llegará a ello en Venezuela. Cuando con criterio científico y moderno se gobierne al país verán hasta los más apagados a las estructuras económico-social capitalista que la sub-alimentación de las masas rurales es, hablando en términos estrictamente comerciales, un mal negocio para el agricultor y un mal inferido a la economía nacional. Masas enfermas y pauperizadas no podrán llevar el promedio de producción de nuestros campos cafeteros, cacaoteros, azucareros, etc., al nivel de otros países.
Prueba de que esto comienza a ser comprendido por algunos hacendados, nos lo revela una saludable iniciativa del productor de café, señor Gustavo Brandt. En una reciente exposición que hizo a la Asociación de Productores de Cacao aboga por la cristalización de una iniciativa que consideramos favorable al jornalero, si es que su aplicación no estuviera dificultada por ese afán de lucro exagerado, característico en los grandes terratenientes del país.

Brandt, que se interesa en el estudio de las cuestiones económicas, comienza por asentar el principio, de que el resurgimiento económico del país directamente ligado a una mayor capacidad adquisitiva de la población trabajadora. Y de que no se intensificará esa posibilidad de las masas para absorber mayor cantidad de productos sin manufacturar y manufacturados, así como de servicios sociales, mientras no se aumenten los salarios. No considera posible ese aumento en una forma directa, por los precios del café y del cacao, pero se pronuncia por lo siguiente: los hacendados, en sus pulperías establecidas en los fundos, no deben vender las mercancías con margen alguno de utilidad. Comprándolas por mayor las obtienen a precio más bajo; y al venderse, no deben aumentárseles el precio primitivo sino apenas en los gastos de transportes del almacén a la hacienda. En esta forma considera Brandt que se aumentará el salario real de los campesinos en alrededor del 30 aI 40%; y que los salarios predominantes en las haciendas que rodean a Caracas -de Bs. 3 al día- llegarían a ser en realidad de Bs. 3.90 a Bs. 4.20 diariamente.
Claro está que esta iniciativa es saludable. Es inicuo el sistema de la pulpería, llamado también sistema de la "tienda de raya" en otros países, que se estila en las grandes haciendas de Venezuela. El salario, de por sí bajo, es mermado en una forma indirecta por los precios de especulación a que se vende en la única pulpería de la hacienda. Hay todavía fincas donde, para obligar a la peonada a no comprar sino en la pulpería de la hacienda, no se paga el salario en moneda de curso legal, sino en vales o fichas sólo descontables en la pulpería del hacendado.
Creemos saludable, insistimos, la iniciativa de Brandt. Pero somos pesimistas en cuanto a su implantación, a no ser que el Ejecutivo, a través de la Oficina del Trabajo, la llevara a la práctica con métodos enérgicos. La persuasión obra con resultados muy poco positivos en casos como éste, en que están de por medio la codicia y el egoísmo.