Autor: Rómulo Betancourt
Título: Venezuela y el problema de la electricidad
Fecha de publicación: 01-08-1937
Publicación: Diario Ahora


En Venezuela también comienza a librarse la batalla alrededor de la industria eléctrica. Como en otras luchas, y por culpa de la dictadura, nuestro país se incorpora a ese frente de defensa de los intereses colectivos con años de retardo.
Hace ya bastante tiempo que en los demás países de América se encaró el personero de los intereses generales, Estado o Municipio, al desorbitado afán de lucro de las empresas explotadoras de la energía y luz eléctrica.
Los signos del despertar venezolano ante el problema de la electricidad cara y deficiente, son nacionales. Un día es el Distrito Iribarren, por boca de los representantes parlamentarios de Lara, que solicita un empréstito del Estado para rescatar de las manos de la Venezuela Power la planta eléctrica de Barquisimeto, y librar así a la comunidad del cumplimiento de un contrato tan oneroso que el propio Eustoquio Gómez escribía cartas al Ministro del Interior solicitando sugerencias para su anulación. No siendo viable ese empréstito estatal, por la forma ya conocida como yuguló el Congreso todas las reformas introducidas por él mismo al Presupuesto, surgió el movimiento ciudadano que el país entero conoce, y que ya se ha comentado favorablemente en las columnas de "Ahora". Un grupo de larenses lanzó la iniciativa de reunir la suma requerida para el rescate de la empresa mediante la suscripción espontánea de bonos; y ya, con muchos particulares de todas las regiones del país, ha respondido un organismo comunal; la Municipalidad de Los Teques, suscribiendo acciones. Al mismo tiempo que estos hechos revelan en el centro de la República una conciencia en formación ante el problema eléctrico, en Zulia la Municipalidad se ha dirigido públicamente a la Venezuela Power, exigiéndole la disminución de la tarifa de los servicios suministrados a la Corporación. Porque se da allá el absurdo de que las empresas privadas paguen a precios más bajos que la municipalidad los servicios de luz y fuerza motriz.
Esta lucha que ahora se inicia está en sus primeras peripecias. Su desarrollo, a medida que el interés colectivo vaya encontrando terca oposición en las empresas privadas, conducirá al planteamiento de la fórmula ya llevada a la realidad o apasionadamente discutida en la absoluta mayoría de los países indoamericanos: nacionalización o municipalización de los servicios públicos y es que la electricidad tiene en nuestra vida moderna una función tan de primer plano, tan de primera necesidad, como el agua. Del mismo modo que es apenas concebible cómo los acueductos no están nacionalizados o municipalizados, para evitar que un artículo tan insustituible como el agua sea objeto de especulación privada, así también se hace cada día más difícil comprender como el fluido eléctrico pueda ser producido, distribuido y vendido por otras instituciones que las de carácter público.
Esta tesis no tiene nada de nueva. Está ya clasificada entre las que se ganaron sitio en las páginas de libros de sapientes profesores y en la legislación positiva de numerosos países.
En Estados Unidos el más agresivo contendor que ha tenido la industria privada de la electricidad es el actual Presidente de la Unión, Franklin Delano Roosevelt. En su campaña para Gobernador de Nueva York, la lucha contra la luz y la energía eléctrica caras, y al arbitrio del interés particular de un grupo de accionistas, ocupaba un gran sitio. Y ya en la plataforma presidencial, esa aspiración se condensaba en la promesa de procurar que una legislación severa pusiera la industria eléctrica bajo la tutela controladora del Estado. En "Mirando hacia el futuro" (Looking Foward), Roosevelt hace una requisitoria implacable de las múltiples maniobras de quienes monopolizan un servicio público, como lo es el de la electricidad, con el propósito de someter al consumidor a una intolerable dependencia, suministrándole luz, calefacción o energía motriz a precios altos y sin mucha preocupación por la eficiencia.

En Estados Unidos, se enfrentaron a Roosevelt varias de las empresas privadas de electricidad; entre ellas el más poderoso de los monopolios eléctricos que hay en Norteamérica y el segundo del mundo en potencialidad económica y en control de extensos mercados en los cinco continentes: la General Electric.
Esa batalla que estaba librando con el poder público dentro de su metrópoli de origen, no le impedía a la General Electric expandirse por todas partes, y, muy especialmente, por lo países latinoamericanos. Del tronco matriz retoñó un holding Company: la Electric Bond and Share. Y este holding company retoñó, a su vez en una tercera compañía: la American Forcing Power Co. y cada uno de los ramales de esta última compañía adoptó en los países de América un nombre acriollizado, inofensivo, incapaz de suscitar recelos sino más bien satisfacción al ver cómo tan poderosa empresa no vacilaba en escoger un nombre "nuestro". Así surgieron la Compañía Mexicana de Electricidad, la Compañía Colombiana de Electricidad, la Compañía Venezolana de Electricidad, etc. Y es precisamente frente a esta Compañía Venezolana de Electricidad que comienza a disparar sus baterías la opinión pública y las corporaciones municipales de Venezuela. Llegará el momento en que el Estado también se apersone ante el problema y legisle en defensa de las colectividades, enfrentándose a los monopolizadores de ese servicio público.
En 1929, desde las páginas de la prestigiosa revista liberal de los Estados Unidos The Nation, comentaba el escritor Paul Blanshard, y en un artículo titulado "El imperio eléctrico del Tío Samuel", la arrolladora ofensiva de la General Electric, ¯a través de sus múltiples filiales¯ sobre América Latina. Calificaba esa ofensiva el escritor norteamericano como "el más dramático capítulo de la conquista económica de los Estados Unidos". Y aportaba cifras estadísticas: para fines de 1928, ya las filiales de ese trust "controlaban el alumbrado eléctrico, la calefacción y la fuerza motriz de 267 poblaciones de la América Latina".
Otros escritores, también norteamericanos, aportan a su vez informaciones precisas con respecto a los métodos complejos, que van desde el soborno de funcionarios hasta la financiación de líderes políticos, desplegados por ese trust para adquirir concesiones eléctricas. Por ejemplo, el profesor Jenk, en su conocida obra Our Cuban Colony, afirma que fue esa empresa ambiciosa y audaz la que sufragó los gastos de la campaña electoral de su ex-empleado Gerardo Machado, quien le retribuyó el servicio cuando llegó a ser dictador de Cuba entregándole las fuerzas de energía eléctrica de la mayor parte de las poblaciones de la Isla.
Posteriormente nos ocuparemos de los medios legales de que se han valido otros pueblos para defenderse de los manejos de un trust tan agresivo y tan poco escrupuloso.