Autor: Rómulo Betancourt
Título: Tendencias parasitarias del capital nacional. Parte I
Fecha de publicación: 24-07-1937
Publicación: Diario Ahora


Es frase socorrida y corriente la de que en Venezuela nada puede hacerse con recursos propios, porque la totalidad de los venezolanos vive poco menos que en los lindes de la miseria.
Esta versión reclama con urgencia el ser revisada. Es cierto que la inmensa mayoría de los venezolanos carece de capitales propios y sobrelleva la existencia precaria del empresario en pequeño; del industrial adeudado; del agricultor sin créditos; del profesional, empleado u obrero reducido a los ingresos producidos por su ciencia o su brazo. Empero, al Iado de esta densa mayoría no poseyente hay un pequeño sector, por reducido no menos real, que sí dispone de reservas monetarias, que sí puede encasillarse como capitalista.
Claro está que este sector no admite paralelo, en cuanto al montante de sus capitales, con el cuadro de los millones de los países súper-desarrollados. Comparados con los Rockefeller, los Morgan, los Dupont o los Deterding, nuestros capitalistas aparecen como pigmeos. Empero ubicándolos en nuestro medio económico, aislándose como sector venezolano y teniendo en cuenta la proporción del capital nacional detentado entre sus manos, debemos reconocer la existencia de una minoría plutocrática en nuestro país.
Y constatado esto, una pregunta surge de inmediato: ¿Si es así por qué nuestras industrias no progresan y continuamos siendo un país agro-pecuario, dependiente de la manufactura extranjera, que importa anualmente, hasta por valor de 250 millones de bolívares, la casi totalidad de la mercadería consumida? Y aún más: ¿si esas reservas de capitales existen, cómo se explica la ausencia de mecanización en la producción agrícola y pecuaria, todavía realizándose de acuerdo con métodos rudimentarios y de muy bajo rendimiento?
La respuesta es una, y surge sin dificultad para contestar esas preguntas: Nuestro capital es de franca tendencia parasitaria. No tenemos capitanes de industria, sino rentistas y usureros. La empresa audaz y de envergadura, que supone riesgo y aventura, no la afronta la docena escasa de nuestros millones. Tienden a la inversión segura ciento por ciento cuando son muy audaces. Los más prefieren colmar con sus depósitos improductivos las cajas fuertes de las instituciones bancarias del país o extranjeras.
Nosotros, al hacer estas afirmaciones, no procedemos con empirismo ni por pasión. Constatamos una realidad respaldados, como siempre que nos es posible, por el dato estadístico irrecusable.
No hemos inventado una teoría al acusar de parasitario al grupo reducido de millonarios del país. Hemos interpretado, simplemente, un hecho que se impone al más superficial investigador de nuestros problemas económicosociales. Y lo probaremos aportando unas cuantas cifras convincentes.
En la Revista del Ministerio de Hacienda (No 1, correspondiente a octubre de 1936), encontramos el dato de que los depósitos bancarios para el último semestre de 1935 alcanzaban a la suma, fabulosa si se tiene en cuenta el volumen total de las disponibilidades de dinero del país, de Bs. 320.463.275.58. Mientras las cacareadas reservas del Tesoro ¯orgullo del régimen pasado y eje de su propaganda interna y externa¯ no alcanzaban a la suma de 100 millones de bolívares, los escasos capitalistas nacionales tenían depositadas en las cajas de seguridad de los Bancos una cantidad mayor en tres veces a las famosas reservas del Estado. Esas sumas le devengaban apenas un interés a los depositantes, y de paso le servían a los Bancos para movilizarlas no con fines progresistas, de financiación de la industria y la agricultura con un criterio liberal y amplio, sino para prestar dinero en condiciones leoninas y con respaldo prendario o hipotecario al productor urgido de refaccionar su hacienda o de sacar a flote su empresa.
Podría argumentarse que esa tendencia de los capitalistas nacionales a depositar sus dineros antes que a invertirlos en empresas reproductivas se justificaba por la falta de garantías y de seguridades existentes en Venezuela, bajo el régimen de Gómez. Ese argumento puede ser rebatido con otro de mucha fuerza. El de que la mayoría de esos depositantes, de esos privilegiados del dinero, estaban ligados en una forma y otra al régimen imperante y de aquel no tenían por qué esperar represalias. Pero vamos a dar por cierto que la cautela del capital para invertirse se originaba de las condiciones político-sociales del país.
Admitida esta tesis, quedaría entonces por explicar lo que en sana lógica no admite explicación. Esto es, la persistencia en su actitud de los dueños de esas reservas monetarias inmovilizadas. Bajo el Gobierno actual no ha variado el proceder de quienes son los únicos con posibilidades para echar las bases de una industria privada nuestra, nacional; de quienes disponen de medios económicos suficientes para adquirir maquinaria moderna, a fin de aplicar a la agricultura y la cría los métodos científicos de cultivo y producción.
Si alguna duda existiere con respecto a la verdad de nuestras afirmaciones, recuérdese cómo la licitación abierta por el Ministerio de Fomento, para la construcción de refinerías de petróleo con capital privado, no fue concurrida por ninguno de nuestros millones. Se trataba de un negocio saneado, pero, como todo negocio, expuesto a contingencias. Y esto era demasiado para quienes prefieren la renta segura, firme, inamovible.
Mañana fijaremos en un segundo artículo otros aspectos de este tema, cuya importancia salta a la vista.