Autor: Rómulo Betancourt
Título: La inmigración desde el punto de vista económico
Fecha de publicación: 30-07-1937
Publicación: Diario Ahora


El tema está sobre el tapete. Como el de la industrialización de Venezuela, éste de la inmigración se debate casi a diario, desde las páginas de la prensa. Aportaremos a ese debate nuestro punto de vista, desde el ángulo económico, habiendo fijado ayer el editorialista de "Ahora" la posición del diario ante el problema en su conjunto.
Parece inconcebible, pero es cierto, que existe un sector venezolano enemigo de la inmigración. Temen que el extranjero ahogue con su ritmo de vida más dinámico lo que llaman la "venezolanidad". Cultores de nuestra barbarie y de nuestro atraso, temen tal vez que en el campo puro a eliminarse esa estampa típica del campesino bebiendo cocuy o caña, mientras juega bolas frente a la clásica pulpería. O del enfermo rural esclavo de la superstición, sobre el cual se curva la mujeruca que lo está "ensalmando".
En otros -especialmente en el gran terrateniente- el temor a la inmigración obedece a razones menos sentimentales. Temen la influencia que pueda ejercer sobre el hombre rural nuestro el inmigrante, que traerá posiblemente de ultramar no sólo una experiencia técnica y un sentido de la vida, sino también fermentos ideológicos de esos que saturan a la vieja Europa.
Pero la gente que así piensa es reducida a grupo minoritario. Todos los sectores venezolanos preocupados por nuestros problemas concuerdan en reconocer la urgencia de poblar nuestro desierto. Y es que no se necesita poseer dotes especiales de hombre de Estado para comprender que un país cuya densidad de población recorre una escala cuya cifra más alta es de 32 habitantes por kilómetro cuadrado (en la región montañosa) y la más baja de 0.3 habitantes por kilómetro cuadrado (Guayana) está en vías de desaparecer, dominado por el desierto. O por algo menos metafórico y más concretamente amenazante que el desierto: por una potencia extranjera, codiciosa de nuestras materias primas y alentada a la empresa por la idea de que muy poco pueden en hacer por su defensa tres millones de hombres diseminados en un millón de kilómetros cuadrados. Y esta idea última no es sólo nuestra. La expresó muy netamente, con palabra alarmada, el compatriota Manuel Arocha, al exclamar recientemente en unos artículos pro inmigración: "¿Esperaremos hasta que nos toque en turno ser la Abisinia de alguien?" Y Arocha, recuérdese bien, sirvió largos años en la Sociedad de Naciones cargo de responsabilidad; y allí, en ese palenque donde libran su batalla diaria las grandes potencias, aprendió que en la época del capital financiero y de la acuciante búsqueda de materias primas por los Estados súper-industrializados, muy poco respeto merece la "soberanía" de los pueblos, cuando no dispone de hombres y de medios para hacerla valer.
Aceptada la necesidad de la inmigración -porque es imposible que nos sentemos a esperar que crezca vegetativamente nuestra población para que entonces se actualicen las riquezas potenciales del país, urgidas de la presencia del hombre-lo que debe discutirse es la forma de realizarla. Y en esto poco tenemos que discutir. La experiencia ya la hicieron los países latinoamericanos que nos han precedido en la atracción hacia ello de las corrientes migratorias europeas.
Lo primero que debe descartarse es la inmigración en masa. Debe destacarse no sólo por las dificultades que a ella ponen actualmente los países de migración sino también por los múltiples problemas que crean en los pueblos que reciben esas avalanchas humanas. En el Brasil, por ejemplo, está planteado un serio problema con las colonias alemanas formadas en sus Estados del Sur. Han llegado a alentar algunos colonos la idea, y le hacen intensa propaganda entre los suyos, de constituir una especie de nacionalidad autónoma, ligada a la metrópoli europea y tratando de poder a poder con el gobierno central brasilero.
La inmigración debe realizarse por lotes no muy numerosos y mezclando al extranjero con el nativo, en un intento planificado de colonización interna. La mezcla del nativo con el inmigrante tiene dos consecuencias igualmente favorables; 1) Impide la formación de Colonias del tipo de la "Tovar", integrada por personas que se continúan sintiendo extranjeras en nuestro suelo, que no se incorporan activamente a la vida nacional; y 2) Le permita al trabajador nativo adquirir, por observación cotidiana, la experiencia técnica, y los hábitos más higiénicos de vida que trae consigo el inmigrante, si ha sido seleccionado entre las razas europeas más expertas como productoras y con un cierto standard de cultura.
Desde este punto de vista, consideramos muy interesante la experiencia que se está haciendo en la colonia agrícola de "Mendoza", en cuyas parcelas, mezcladas con el nativo, trabajan las primeras familias inmigrantes traídas por el Gobierno Nacional. Esa experiencia debe generalizarse, a "El Trompillo", hacienda de la Nación, de la cual tuvimos oportunidad de ocupamos; y a las otras, también patrimonio nacional por pertenecer al lote de las confiscadas a la sucesión Gómez, donde también se están realizando parcelamientos, según informes a nosotros ligados (Bramon, en los Andes; alrededores de Tocuyito, etc.).
Ahora bien, la solución del acuciante problema inmigratorio está condicionado, como todos los problemas del Estado, por dos circunstancias: dinero y técnica. Empresas de tanta magnitud como la de hacer afluir corrientes inmigratorias sanas y seleccionadas a nuestro país no puede abordarse sin recursos monetarios y sin una dirección especializada, experta, que sepa lo que tiene entre manos, encargada de seleccionar lo inmigrantes, de acordarse con sus gobiernos, de escoger las zonas del país donde vayan a fijarse esos colonos extranjeros.
Mañana daremos nuestra opinión sobre estas dos cuestiones: ¿basta lo acordado en el Presupuesto para abordar el problema inmigratorio y es eficiente el sistema administrativo aplicado actualmente en esta materia?