Autor: Rómulo Betancourt
Título: Economía dirigida frente a economía liberal.
Fecha de publicación: 05-01-1938
Publicación: Diario Ahora


El Plan Trienal del Presidente de la República, expuesto en la noche del 31 de diciembre, representa teóricamente al menos, un intento de intervención estatal en los procesos económicos. A reserva de profundizar en artículos posteriores acerca de los aspectos concretos presentados por dicho plan, vamos hoy a comentar simplemente lo que significa, como síntoma, la sola enunciación de un plan económico-administrativo del Estado.
Hasta hace unos pocos años, reinaba soberanamente la concepción liberal de Estado. Su función, de acuerdo con los esquemas clásicos de el Stuart Mill, quedaba limitada, en materia económica, al abstencionismo. El estado -de brazos cruzados, amurallado en el dejar hacer, dejar pasar- debía eximirse de toda intervención en los procesos económicos. Las llamadas por los economistas clásicos leyes naturales de la economía debían actuar solas, con la fatalidad con que se desenvuelven los fenómenos de la naturaleza, sin que para nada actuara el hombre con el propósito de modificar sus resultantes.
Esta candorosa concepción del mundo económico comenzó a desvanecerse a medida que repercutían trágicamente sobre las colectividades la anarquía en la producción y el reparto de mercancías. Las gentes de mentes más lúcidas comenzaron a ver claro cómo no era posible ni lógico que el Estado se mantuviera a la expectativa, mientras las naciones sufrían los terribles efectos de las crisis y de otros fenómenos característicos de la anarquía en la producción. También se comenzó a observar cómo, ante la moderna estructuración económica, las leyes clásicas de la Economía Política resultaban inoperantes. La famosa ley de la oferta y de la demanda, como reguladora de los precios de las mercancías, fue una de las más cuestionadas, desde que los trusts, o grandes monopolios, acapararon ramas enteras de la producción.
Estas ideas estaban en el mundo de lo nebuloso hasta que Rusia inició de primera un ensayo de dirección planificada de la Economía. Los dos planes Quinquenales, o de 5 años, fueron puestos en vigencia. De entonces a hoy, casi no hay nación civilizada de la tierra donde no haya sido proclamado o esté aplicándose un plan de intervención estatal en el desarrollo de los hechos económicos. La Alemania de Hitler tiene el Plan Quatrienal, expuesto por primera vez por el Ministro de Economía del III Reich, Goering; Roosevelt, en Estado Unidos, con su New Deal; en Bélgica, Henri de Man, cuando fue Premier, también enunció un plan de intervencionismo estatal; el PRN mexicano aún antes de alcanzar el poder el actual presidente Cárdenas, ya había expuesto su trajinado plan exenal; y, por último, el coronel Fulgencio Baptista, hombre fuerte del gobierno cubano, también ha puesto en circulación un Plan Trienal de Gobierno.
Es urgente hacer constar que no tenemos beata devoción por los planes de intervencionismo estatal. Que no los creemos a todos sinceros ni a todos con un sentido progresista. En efecto, en muchos gobernantes la enunciación de tales planes, o responde a fines oportunistas, de captación de voluntades mediante el conocido subterfugio de la promesa no cumplible; o bien al propósito de garantizar mejor los privilegios de que disfrutan determinados sectores de la sociedad. .
En todo caso -sea cual fuere el ángulo de donde se enfoque la cuestión- algo esencial queda, y sobre ello queremos insistir. Queda el reconocimiento -tanto por los gobernantes progresistas como por los conservadores, tanto por los funcionarios probos como por quienes no lo son- de que ya la economía liberal hizo >, como dicen los ingleses. La anarquía en la producción y el reparto de mercancías es un fenómeno que nadie puede negar hoy. La imposibilidad en que está la economía individualista para impedir la periódica repetición de las crisis y de otros ruinosos trastornos en el proceso económico, es verdad universalmente aceptada.
En la lucha emprendida por la Economía Dirigida contra la Economía Liberal, la primera ya ha ganado las batallas decisivas. Y sea cual fuere la concepción político-social triunfante en definitiva -el fascismo preconizado por los sectores conservadores o la democracia progresista defendida por los sectores populares-, el Estado que resulte no será ya más el Estado espectador sino el Estado intervencionista, regulador sin apelación del ritmo económico de los pueblos.