Autor: Otero Silva, Miguel
Título: Dr. Raúl Leoni entrevistado por Miguel Otero Silva
Fecha: 10-03-1969
Publicación: El Nacional
Género: Entrevista
DR. RAÚL LEONI ENTREVISTADO POR MIGUEL OTERO SILVA
(Clemente Leoni nació en Muratto, Cantón de Bastías, al norte de la isla de Córcega. Un tío suyo que era gerente de las minas de El Callao, en la jungla de una remota e ignorada Venezuela, le propuso que cruzara el Atlántico y viniera a probar fortuna en Guayana, Clemente Leoni se leyó El soberbio Orinoco de Julio Verne y le tentó la aventura. Desembarcó en tierras venezolanas en 1895. Primero trabajó con el tío en las minas de oro, luego montó tienda por su cuenta y riesgo, un almacén que abastecía a los purgüeros antes de perderse éstos en la selva en misión de sangrar los altaneros árboles de caucho. Clemente Leoni conoció a Carmen Otero Fernández, hija de don Ramón Otero Vigas de Cumaná, una muchacha alta y delgada, con unos extraños ojos color de la hoja del tabaco, a quien sus amigas llamaban "La Quita". El joven francés entusiasta y palabrero se enamoró de la guayanesa severa y pensativa. Se casaron al despuntar el siglo XX. El primogénito se bautizó Clemente como el padre. Luego nacieron Raúl y Tancredo. Raúl Leoni Otero, segundo hijo de ese matrimonio y personaje central de nuestra historia, vino a la luz del sol el 26 de abril de 1905, dice la gente que en El Manteco, aunque la fe de bautismo afirma irreversiblemente que fue en Upata).
El Presidente y el periodista pasean por entre los corpulentos árboles de La Casona. Al Presidente le faltan pocos días para entregar el poder a su sucesor. Ya ha empaquetado sus libros, ya ha descolgado sus cuadros, ya ha organizado sus maletas. Debe experimentar cierto aleteo de nostalgia al abandonar esta hermosa casa de enclaustrados patios interiores, de desbocados verdes más allá de las puertas, que ha sido adquirida y remodelada por iniciativa suya para albergar con dignidad al jefe del Estado venezolano de hoy y de mañana. Pero el hombre no hilvana saudades sino espera cautelosamente las preguntas del periodista.
-¿Qué políticos, doctrinas, libros, influyeron más decisivamente en su formación como intelectual y hombre público?
- En primer término, y como texto de lectura sobrentendido, influyó sobre mi pensamiento la obra del Libertador: su carta de Jamaica, su mensaje de Angostura, su ideario de libertad y justicia. Luego debo citar el libro de Gil Fortoul, la Historia Constitucional de Venezuela, que me proporcionó una visión positivista del pasado de mi país. Más tarde, a las alturas de 1928, leí con pasión a nuestros panfletistas: Pío Gil, Blanco Fombona, Pocaterra, plumas que exaltaban el repudio a las dictaduras, al caudillismo y al servilismo. Al mismo tiempo devoré las obras de ensayistas latinoamericanos como José Enrique Rodó, Manuel Ugarte y el José Vasconcelos de la "raza cósmica", que postulaban principios americanistas, nacionalistas, antimperialistas. Más tarde, ya en el destierro, me entregué de lleno al estudio de la filosofía política moderna, nuevo liberalismo, laborismo, socialismo, marxismo. En cuanto a la literatura propiamente dicha, mi afición estuvo siempre inclinada hacia las tendencias realistas y sociales. Mis novelistas predilectos eran los rusos: Tolstoi, Dostoievsky, Gorki, Andreiev. Y los franceses: Baizac, Zola, Romain Rolland. Entre los españoles leía con preferencia a Miguel de Unamuno.
(La familia Leoni-Otero se trasladó a Caracas en octubre de 1919. El periodista, que era entonces un niño, recuerda neblinosamente la pintoresca aparición de aquel pariente provinciano - somos primos, todo el mundo lo sabe - que llegaba a Caracas bajo el alero de un sombrero de pajilla, estrenando amagos de bozo y un pantalón a media pierna, quince centímetros más abajo de la rodilla. Raúl Leoni comenzó el bachillerato en el Liceo Caracas, primero bajo la dirección de Luis Ezpelosín, posteriormente bajo la de Rómulo Gallegos. Pensaba estudiar Medicina pero a la postre prefirió las Pandectas, aguijoneado por el comején de la política que ya le hormigueaba en la sangre. El estudiante de bachillerato Raúl Leoni dio por vez primera con sus huesos en la cárcel a los 16 años de edad. Se lanzó a las calles de Caracas a demostrar su solidaridad con una huelga de tranviarios. La policía gomecista acorraló en la Plaza Bolívar a los 87 manifestantes, estudiantes en su totalidad, y los condujo a La Rotunda. En uno de aquellos calabozos goyescos hizo su veladura de armas cívicas el novel caballero).
-¿Se considera usted antimperialista, como cuando leía en su juventud a Manuel Uzarte?
-¿Cuál ha sido el verdadero aporte de Menca a su gestión presidencial?
Es una pregunta difícil de responder. No es a mí a quien toca hacer el elogio de Menca, mi mujer. Pero, al menos, te contaré una anécdota. En vísperas de mi elección presidencial fue a visitarnos a casa un grupo de sindicalistas del partido, y uno de ellos, que me consideraba excesivamente hosco y desabrido para el cargo de primer mandatario: comentó al salir: "Menos mal que Menca puede enseñarlo a sonreír y a saludar". La verdad es que me enseñó muchas cosas más.
(Las llamadas del 23 de enero de 1958 devolvieron a sus hogares a todos los presos, a todos los desterrados. Raúl Leoni se incorporó a la dirección de su partido y luego a la campaña presidencial de Rómulo Betancourt. Después del triunfo de Betancourt y de la tarjeta blanca, Leoni fue elegido Presidente de Acción Democrática y presidente del Congreso Nacional. Cuando finalizaba el mandato de Betancourt, se dijo insistentemente que a éste no le agradaba la candidatura presidencial de Raúl Leoni, pero el periodista no lo creyó nunca. Tal vez la fogueada astucia política de Betancourt lo llevara a disimular su inclinación por la candidatura de Leoni para librarse de acusaciones de imposición sucesorial, tan accidentadas en la historia de Venezuela. Qui nescit dissimulare nescit regnare, dijo el maestro Maquiavelo. A juicio del periodista, el candidato presidencial de Rómulo Betancourt no podía ser otro sino Raúl Leoni. Lo era desde la frutería de Barranquilla, sí señor).
-¿Es cierto que usted comete errores de dicción cuando pronuncia sus discursos?
Estamos de regreso a los protectores tejados de La Casona, tras habernos paseado largamente por entre los chaguaramos, mangos, granadinos y faroles que pueblan el inmenso parque. El Presidente suela una carcajada.
- Puede que sí los cometa. Al menos eso dicen los humoristas. La verdad es que yo nunca he tenido dotes oratorias como Jóvito Villalba, como Rómulo Betancourt, como Andrés Eloy Blanco, como Carlos Irazábal, como Isidro Valles, como tú mismo, que eran quienes hablaban en los mítines de masas en 1936. Yo, en cambio, era un organizador, un motor de las iniciativas, un productor de análisis Políticos. Prácticamente mis primeros discursos ante grandes públicos fueron al iniciarse mi campaña presidencial. Pero te advierto que cuando estoy hablando para obreros y campesinos, en las plazas de pueblo o en los medios rurales, me equivoco mucho menos que cuando me presento en televisión o leo un discurso para doctores y gente culta. Al menos eso me dice Raúl Valera, que es el crítico más inexorable mis lapsus oratorias, no obstante que mucha gente lo considera sordo.
-¿A usted nunca le ha tentado escribir un libro, - pregunta el periodista, esta vez en serio - bien fuera de teoría política, bien de historia, bien de memorias?
La verdad es que nunca he tenido Pretensiones de hombre superior, ni he dragoneado de genio. Más aún, me he considerado siempre un hombre del común, un venezolano medio, a quien la historia ha llamado a cumplir posiciones destacadas. Tengo, eso sí, cierta cultura política y a base de ella comencé a escribir un libro hace ya mucho tiempo. El tema era la evolución de las ideas políticas en la Venezuela moderna, arrancando de su raíz en el pasado, hasta llegar a la aparición en nuestro país de las ideas de izquierda en sus diversas modalidades. Escribí varios capítulos de ese libro en el destierro, privado de calma para pensar y de campo para las labores de investigación. Por último, en una de mis sucesivas emigraciones, se me extraviaron los primeros capítulos y también los documentos adicionales, que eran cartas interesantes de nuestros viejos caudillos. Total, que el libro se pasmó. Y si a eso le añades que con el tiempo se me ha desarrollado un sentido agudo de autocrítica, que me obliga a leer y releer muchas veces lo que escribo, te permito vaticinar que mi proyectado libro de juventud jamás saldrá a la calle.
(El periodista entra al despacho presidencial del doctor Raúl Leoni en Miraflores, durante el largo recuento de votos que estamos sufriendo los venezolanos en la primera semana de diciembre. Computa el Consejo Supremo Electoral, recuenta el Copei por su lado, recuenta Cordiplán por el suyo. El periodista desea conocer la opinión del Presidente acerca del resultado electoral, que aún luce indeciso. "Según las informaciones de que dispongo, a el doctor Gonzalo Barrios va a ganar por un margen bastante estrecho", responde el Presidente. Y añade a renglón seguido: "Pero si no sucede así, y mi amigo entrañable y compañero de partido Gonzalo Barrios pierde las elecciones, así sea por un voto, óyelo bien, por un solo voto, este Raúl Leoni que ves aquí le entregará sin vacilar un segundo la banda presidencial al doctor Rafael Caldera". El periodista comprende que el Presidente habla dramáticamente en serio).
Se ha hecho de noche y nos traen dos merecidos whiskys al corredor donde estamos sentados. El periodista recuerda la conversación de diciembre en Miraflores y vuelve sobre el tema:
- ¿Nadie le aconsejó en aquellos días que hiciera o proporcionara un pequeño fraude electoral para impedir el acceso de Caldera al poder?
- Nadie me lo aconsejó ni yo hubiera permitido que me lo aconsejaran. En Venezuela se ha avanzado tanto en el campo democrático, que ni aun los más irreconciliables enemigos de Copei insinuaron que se desconociera el resultado de las elecciones. Eso de las presiones sobre mi persona no pasa de ser una conseja, un cuento chino. La verdad histórica y absoluta es que no recibí la más leve insinuación, ni de ningún dirigente de Acción Democrática, ni de otros partidos, ni de jefe militar alguno para que propiciara un fraude electoral. Fue el remate de una conducta cívica ejemplar que abarcó a todos los estamentos de la población venezolana.
Llega un Ministro del Despacho y se suma al whisky. El periodista aprovecha la coyuntura para despedirse con una última pregunta clásica, de esas que figuran en los textos de periodismo de la Pitman Publishing Corporation:
-¿Puede usted resumir en una sola frase su ideario político?
El Ministro nos mira alarmado, pero el Presidente se entusiasma:
- Claro que puedo: El hombre, más aún el pueblo, es el motor y el sujeto del desarrollo de una nación. Toda la actividad de los lados debe dirigirse a solucionar los problemas del hombre, ya sea habitante de la ciudad o del campo. De ahí la preocupación de mi gobierno, mientras he sido gobierno, y la mía personal por aumentar las posibilidades de realización de la persona humana y su acceso al bienestar en todos los órdenes: social, económico, político, cultural y administrativo.
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